SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y

LA SANGRE DE CRISTO  A

 

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VIVIRÁ POR MÍ

 

         1. "Recuerda el camino que el Señor te ha hecho recorrer cuarenta años por el desierto" Deuteronomio 8, 2. Duro fue el camino, lleno de asechanzas de alacranes y dragones, viviendo en tiendas, y sin poder cultivar tierra porque era un desierto y sequedal sin una gota de agua. Dura es la vida en este mundo, sobre todo para algunos pueblos, para algunas personas, que sufren enfermedades, escasez, soledad, hambre, abandono. O las consecuencias trágicas de la barbarie. Desierto de la vida para todos, que acaba en la muerte.

 

         2. Pero recuerda también que en esa aridez el Señor te alimentó con el maná, que era profecía de la Eucaristía. "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá siempre. Y el pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo" Juan 6, 51..

 

         3. Todos los hombres hemos sido alimentados durante nueve meses en el seno de nuestra madre, con su propio cuerpo y con su propia sangre. De una manera semejante, Cristo nos alimenta con su propia carne y su propia sangre. "El que come mi carne y bebe mi sangre vivirá por mí". En virtud del principio vital de que el organismo inferior al ser comido es absorbido e incorporado por el organismo superior, de manera, que los alimentos tras la absorción metabólica entran en nuestro torrente sanguíneo para sustentar nuestro organismo, el cuerpo y la sangre de Dios, al ser comido y bebido por los cristianos, aunque parece que los comensales tienen carácter de principio activo al comer y beber, por la kenosis de Cristo, una vez más se revela que la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres y por esta fuerza es Cristo quien protagoniza la acción de incorporarnos a su cuerpo místico.

 

         4  Es natural que en nuestra sociedad secularizada cueste creer que los sacramentos, principalmente el de la eucaristía, realizan un giro interior en el hombre. Quizá se acepta que un cristiano piense y actúe de modo distinto que un no bautizado, pero no se quiere pensar que el cristiano lleva consigo la vida de Dios, que le hace diferente de los no cristianos. Ahí radica justamente el carácter ontológico de la gracia. Los sacramentos, sobre todo el de la eucaristía, son una acción en que la gracia de Dios actúa sobre nosotros. Trento opuso a Lutero las nociones de sacrificio y presencia real, que él negaba. Aunque estos conceptos católicos no agotan el misterio, influyeron fuertemente. Pero toda una serie de ideas que Lutero no negaba pasaron a segundo plano, como la participación de todos en el acontecimiento de la última Cena, su aspecto celebrativo, la acción de gracias a Dios.

 

         5  Las palabras de la consagración crean una presencia real de Cristo, per modum substantiae, es decir una presencia verdaderamente substancial y, por tanto, permanente. El pan y el vino siguen estando sometidos a las palabras consecratorias, incluso después de la celebración. Por la comunión Cristo entra también en nosotros y, a través de nosotros, en todo el cosmos. De tal manera que la eucaristía es el comienzo de la culminación última de todo, cuando Cristo será todo en todos. En el pan y en el vino la creación está tan absorbida en Cristo, que se ha convertido en Cristo mismo, sin perder su apariencia exterior.   

 

6  La eucaristía se convierte en un concepto escatológico, que anticipa lo que sucederá a la entera creación al fin de los tiempos. Prefigurada en el maná, alimenta a los hombres en el desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin agua. Pero vuestros padres comieron el maná y murieron. "El que coma este pan vivirá para siempre".

 

         7. En consecuencia, un cristiano no es transformado sólo por el hecho de comulgar materialmente. "El Espíritu es el que vivifica, la carne no vale para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida". Por tanto las palabras de Jesús deben ser interpretadas en una dimensión espiritual: a la luz de la presencia del Espíritu Vivificante y transformador. Por eso  hay que come el pan de la eucaristía con fe y aceptando el don de su muerte y de su resurrección con todas las consecuencias.

 

         8. Bendigamos al Señor que ha querido que, bebiendo el cáliz de la eucaristía, nos unamos todos en la sangre de Cristo, y comiendo el pan eucarístico, nos unamos a su Cuerpo santísimo 1 Cor 10, 16.

 

         9. Ellos son los "cerrojos reforzados de nuestras puertas, y los que causan la paz en nuestras fronteras. Bendigámosle porque "nos sacia con flor de harina" Salmo 147.

 

         10. El cristiano, por la fidelidad a la inmolación de su cuerpo, mente, alma, ofrecidos constantemente como hostia viva, vivirá por Cristo para la vida eterna, pues sólo por la conversión del corazón tendremos acceso a Él, que hoy y ahora hace presente su sacrificio para la vida del mundo. Pidamos al Señor la fe iluminada para creer que la eucaristía está vivificando perennemente al universo entero, y sentiremos su grandeza y por ella, será inmenso nuestro gozo. "Danos siempre de este pan", en el desierto de la peregrinación en nuestra vida, que "es una noche en una mala posada" (Santa Teresa), para vivir tu vida para siempre.

 

P. JESUS MARTI BALLESTER

jmartib@planalfa.es