DOMINGO 23 CICLO A
LA CORRECCION FRATERNA
1. "Cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte" Ezequiel 33, 7. El profeta Ezequiel recibe la misión de sanear la comunidad desde dentro. Se trata de una acción personal e individual orientada a convertir pecadores. Y es que la conversión masiva de los pueblos rara vez se da, si es que alguna vez se ha dado. La transformación de los pueblos comienza por los individuos, persona a persona. Y primero la persona del profeta, a quien se le advierte que si él no corrige la conducta del malvado al dictado de la palabra del Señor que le dice: "Malvado, eres reo de muerte", el malvado morirá por su culpa, pero a tí "te pediré cuenta de su sangre". En cambio, si tú le corriges y el malvado no se convierte, tú salvas tu vida, porque has cumplido con tu deber, llevándole la palabra salvadora, aunque él muera por su culpa.
2. Pero hay que tener en cuenta que corregir no es coaccionar. Corregir no es usar la violencia, corregir es decir lo que se ha de decir. Lo acepten o no lo acepten. El profeta debe señalar el camino recto. Debe decir que el camino que se está siguiendo es contra la ley de Dios. Es fácil decir que no hay que tomar parte personal en la corrección, porque la realidad es que el que tiene la misión de corregir, siente la lucha interior y se afecta interiormente y hasta físicamente. Cuando Santa Teresa del Niño Jesús cesó en su cargo de ayudante de la maestra de novicias, al ver alguna falta en las hermanas, decía: "pero ya no tengo yo que corregir".
3. "Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos" Mateo 18, 15. El mismo sentido que en Ezequiel, tiene la corrección en el evangelio de Mateo, aunque en tono más doméstico y familiar. Si la Iglesia es un cuerpo, todo lo que afecte a cada célula, repercute en el cuerpo. Una célula enferma contamina a toda la comunidad. La solución no está en la extirpación sin más de la célula enferma. Eso puede darse en el organismo biológico, que no es inteligente, y sólo en casos de malignidad de la célula. No así en el organismo de la comunidad, compuesto por personas humanas, responsables y capaces de reaccionar ante la corrección del amor. Porque lo primero que se requiere para que la corrección sea eficaz es que esté hecha con amor. La corrección destemplada hecha con orgullo, o con murmuración previa, o con aires de impecabilidad por parte de quienes la ejercen, está condenada al fracaso. Sólo cuando el que corrige se siente humillado de tener que corregir, se sitúa en el caso del infractor de la ley y lo hace sin acritud y con mansedumbre, se puede esperar buen resultado.
4. El Señor pone de relieve el secreto de la corrección: "a solas entre los dos". Y sólo cuando el transgresor no acepte la corrección o no haga caso de la misma, hay que llamar a otro o a dos más, para que buscando la eficacia, no se viole el secreto. Sólo en el último caso habrá que manifestarlo a la comunidad.
5. Somos una familia, la familia de Jesús, y si el deseo de que todos sean buenos debe estar implantado entre nosotros, como somos débiles y estamos rodeados por todas partes del mal, lo que no se puede hacer es querer apagar la chispa encendiendo otras de rencor y de odio. Sería un atentado contra el amor, que es la ley de la comunidad.
6. Estaremos todos de acuerdo en que el deber de la corrección en la familia y en los colegios, estos últimos tiempos, ha brillado por su ausencia porque es impopular. Lo que uno siembra eso recoge. A veces, unas manos siembran, y otras arrancan las plantitas ya nacidas. Seguramente, aún en esta vida, se arrepentirán padres y madres, de no haber corregido a su debido tiempo. Se habrán hecho daño mutuamente: Y "uno que ama a su prójimo, no le hace daño. Y amar es cumplir la ley entera" Romanos 13, 8, también en este punto.
7. Por último, el remedio supremo de la oración: "Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".
8. Pidamos a María que nos meta en las entrañas este valor inefable de la oración de la comunidad, que puede salvar tantas, todas, las situaciones. La comunidad reunida, como ahora, en la oración eucarística con Cristo entre nosotros, no sólo construye la unidad de la comunidad cristiana, sino que es base y testimonio de la reconstrucción del mundo, al cual es enviada, para que éste se salve.
P. JESUS MARTI BALLESTER
jmartib@planalfa.es