Domingo V Tiempo Ordinario, Ciclo A
VOSOTROS SOIS LA SAL, LA LUZ, LA CIUDAD ELEVADA EQUILIBRAR
EL DEFICIT Y CORREGIR LA INFLACION DE CRISTIANISMO
1. La impresión que tantas veces experimentamos los creyentes ante el silencio
de Dios, es pensar que Dios ni nos ve, ni se entera de lo que sufrimos, de lo
que trabajamos, y oramos y de las luchas que sostenemos. Es un silencio
aparente el de Dios, y la impresión de su ausencia es falsa. Nuestro ser sal,
luz y ciudad a la vista, es la manifestación de la presencia de Dios en el
mundo personificado en nuestras obras y actos y conductas. Pero a veces puede
ocurrir que a los hombres les suceda lo que a los judíos llegados del destierro
que ayunaban y sentían que Dios no les escuchaba. Y se quejaban a Dios:
"¿Por qué vamos a ayunar si tú no lo ves, por qué mortificarnos, si tú no
te enteras?" (Is58,3) Y "Dios responde: El día de ayuno oprimís a
todos vuestros jornaleros, ayunáis entre disputa y riña, golpeando con el
puño" (Ib 4). Vuestro ayuno es formalista y egoísta: Por eso no llega
al cielo. "El ayuno que yo quiero es que desatéis las cadenas injustas,
dejéis libres a los oprimidos, rompáis todos los yugos, partáis vuestro pan con
el hambriento, hospedéis a los pobres sin techo, vistáis al desnudo y no os
cerréis a los hermanos. Cuando hagas esto yo te diré: Aquí estoy!. Cuando
destierres de tí la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia,
y sacies el estómago del pobre, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad
se volverá mediodía" Isaías 58,7.
2. Ser la “luz de las naciones” es una imagen difundida después del Exilio por
los discípulos de Isaías. A la vuelta de Babilonia, los dirigentes judíos creen
que la única forma de conservar la identidad del pueblo, perdido en la
inmensidad del imperio persa, consiste en encerrarse en el ámbito cultual y
legal. Era una reducción de la misión de Israel. La lectura de Isaías
contrariamente a esta opción, se abre a horizontes que abarcan un tipo nuevo de
relación entre los miembros de toda la humanidad, pobres y débiles incluidos.
El culto ha de ser un auténtico encuentro con Dios por medio de la realización
de la justicia entre todos los hombres. Y en esa dirección continuará Jesús
frente al judaísmo oficial.
3. Santiago escribirá más tarde: “Pedís y no recibís, porque pedís mal, para
obtener satisfacción de vuestras pasiones” (4,3). La raiz del
silencio de Dios, está en la injusticia. La sensación que tienen los judíos es
que es igual ayunar, que no ayunar; orar que no orar. Dios no les escucha
porque en el fondo está el egoismo: la codicia, el homicidio, la envidia,
la guerra. El egoismo exige la satisfacción de las pasiones, y se
reza incoherentemente. Unas veces se piden cosas que no convienen a la
salvación, y que si Dios las concediera tendríamos un alma menos en el cielo,
escribe Santa Teresa; y otras veces se pide en condiciones indebidas y tal vez,
enemistados con Dios. ¿Quien se atreve humanamente a pedir un favor a alguien
con quien está enemistado, o a quien acaba de ofender, sin reconciliarse con él
de antemano?
4. Se puede tener la idea de que a Dios se le puede engañar como se trata de
engañar a los hombres. A los hombres se pretende engañarles con actitudes
políticas y falsas, y se intenta hacer entrar a Dios en el mismo juego, y eso
no vale.
5. Cuando se realiza el programa marcado por el profeta, cuando hacemos el bien
a los demás, y experimentamos que Dios nos oye y que nos responde por la paz
que inunda nuestra conciencia, que es su voz, se cumple el anuncio de Isaías:
“Brillará tu luz en las tinieblas”, que coincide con el del salmista: "El
justo brilla en las tinieblas como una luz" Salmo 111. Luz tanto más
esplendorosa y visible y necesaria, cuanto más oscuras las tinieblas del
mundo.
6. La luz que resplandece en el justo es la misma luz del Señor, que vive en él
y se trasluce, hasta el punto de convertirse en luz del mundo: "Vosotros
sois la luz del mundo" (Jn8,12). Una vidriera en la que reverbera el sol
de mediodía queda transformada en el mismo sol, hasta llegar a parecer sol. Los
cristianos, incorporados a Cristo son su mismo cuerpo y su misma luz, cuando
viven lo que prometieron, viviendo como Cristo y así se convierten en luz del
mundo cumpliendo sus deberes morales y humanos con el prójimo. El mismo Cristo
que dijo a sus apóstoles en la noche de la Cena: “Esto es mi Cuerpo” Este
es el cáliz de mi sangre”, dijo también “A mi me lo hicisteis”. Tuve hambre y
sed, estuve desnudo, triste y abandonado... y me socorristeis. Es decir, la
Religión debe ser interior, en espíritu y verdad, y consecuente y
desprendida. La sal, la luz, la ciudad en alto, son Signos cósmicos, que hacen
pensar en la creación primera del universo, y nos urgen a comenzar la nueva
creación, abandonando el cristianismo burgués de mínimos, que muchos
viven,
7. La sal se usa para condimentar los alimentos. Los judíos "sazonaban con
sal sus ofrendas", para que fueran agradables a Dios. Para que la alianza
con Dios permaneciera, como permanecen los alimentados conservados en sal; como
se pactaban los contratos y las alianzas con la sal que les garantizaba
firmeza. Los cristianos, debemos ser sal en el mundo, escondidos en la tierra,
para, invisibles y sin apariencia, dar sabor nuevo de Dios al mundo, quitándole
la sosez y la vulgaridad de quien ha perdido los valores, alejándolo
de la corrupción y para influir en él como fermento, ayudándole a descubrir el
sentido de la vida, para que no quede atrapado por sus tendencias y
aspiraciones rastreras.
8. Para sazonar e impedir la corrupción, los discípulos de Cristo poseen la
“sal de la sabiduría de la Palabra”. Con su difusión, sobre todo encarnada
en la vida, dan sabor al mundo, y ayudan a que la corrupción vaya disminuyendo
y el mundo se vaya purificando. Podríamos añadir que hemos de ser como
antibióticos que van destruyendo el campo de las bacterias. Pero si nosotros
estamos invadidos ¿cómo vamos a ser antibióticos? “Si la sal se vuelve sosa,
¿con que la salarán?”. No hay sal para sazonar la sal. “Sólo sirve para tirarla
fuera”. A la calle. ¿Fuera del Reino? Por lo menos “para ser despreciados por
los hombres” (Lagrange).
9. "Sois la luz". Dice Isaías: "los pueblos caminarán a tu
luz" (Is 60,3). Es lo que dice también Simeón con el Niño Jesús en
brazos (Lc 2,32). Por ello dirige Paul Claudel su repetido
apóstrofe a los cristianos: "¿Qué habéis hecho de la luz?". Porque
los cristianos no podemos ser cuerpos opacos, pero tampoco cuerpos con luz
propia. Nuestra luz es la del Señor a quien, hechos nosotros sencillos y
transparentes, traslucimos. Cuanto más limpio el cristal, mejor trasluce la luz
de la verdad, del bien, de la belleza.
10. Los que comienzan a conocer a Dios sienten deseos de comunicar lo que ellos
empiezan a gustar. El deseo es normal y bueno, pero puede ser contraproducente.
Lo que a los principiantes les nace es enseñar, más que aprender; corregir,
mejor que corregirse, más que orar, hacer cosas. Por eso San Juan de la
Cruz enseña que “más quiere Dios detí el menor grado de pureza de
conciencia, que cuantas obras puedas hacer”. Ahí encontraremos la raiz de
por qué haciendo tantas cosas los cristianos, cunde la tibieza en unos, la
frialdad en otros y, en general, el poco ímpetu de espíritu amoroso. Dispuestos
a lanzar la red, sobre todo, en el puerto y ante fotógrafos y cámaras de televisión,
mas remisos en conseguir limpieza de intenciones y de corazón. Cuando se hace
poca oración y la poca que se hace es vocal y no se practica la mental, y menos
se alcanza la “tercera agua” de río o de fuente”, de que nos habla Santa
Teresa, no podemos esperar que la acción de los cristianos brille, convenza,
avasalle, convierta, transforme. No es la acción, sino el amor con que se hace,
con limpieza y desprendimiento de intereses y de ganga de pasiones, pecados y
defectos, lo que hace crecer el Reino de Dios, la gracia, la santidad que, a
corto plazo, no se van a ver. Y por eso no se hace, porque no se va a ver, no
te lo van a tener en cuenta, ni a catalogar en tu “curriculum”. ¿Quién se cree
que el acto de recoger un papel del suelo por amor puro de Dios, puede obrar la
conversión de un alma? Teresa del Niño Jesús se lo creía y lo alcanzaba.
Mientras no consigamos formar esa conciencia en la Iglesia, viviremos
sumergidos en el déficit y en la inflación. Muchas hojas, poco fruto. Como la
higuera maldecida por Cristo (Mt 21,19).
11. Elevando los ojos Jesús cuando predica el sermón de la Montaña, muy
bien podía ver tres ciudades: Hippos, Safet Séfforis, que le
pudieron inspirar la imagen de la frase: “No se puede ocultar una Ciudad puesta
en lo alto de un monte”. "Jerusalén está construída como ciudad
bien trazada" (Sal 121): Los discípulos de Jesús son la Jerusalén nueva.
Descendamos: Un compañero y otro y otro...han visto tu ordenador y tu escáner y
tu página en Internet y, sin comentar nada, al poco tiempo se lo han instalado
y lo usan. Es el poder de la imitación, de la ejemplaridad. Una ciudad ordenada
es un reclamo a la imitación. Por eso la Iglesia, antes que dedicarse a
reformar el mundo, tiene que ordenarse y reformarse ella, para ordenar el
mundo, que lo hará fascinado por su hermosura, como Cristo quiere a su esposa,
“sin mancha ni arruga”. Le ocurrirá al mundo lo que a la reina deSaba cuando, atraida por
la fama de Salomón, fue a visitarle, y comprobó que su sabiduría, puesta de
manifiesto en su orden y en su gobierno, superaba lo que le habían dicho, y
exclamó: “Felices tus gentes” (1 Rey 10,1)
12. Tampoco se enciende la vela para ponerla bajo el celemín, sino sobre el
candelero, para que ilumine a todos. En tiempos de Cristo se alumbraban con
grasas encendidas: para apagar la luz, se tapaba con una especie de cubo, que
extinguía el oxígeno y apagaba la luz, y se evitaba el humo y el hedor de la
grasa quemada.
13. La luz no debe apagarse. Debe iluminar siempre, con las buenas obras,
realizadas para que glorifiquen a Dios, y no para la propia ostentación y
vanidad. Pero no hay que dejas las obras ni por falsa humildad, ni por pereza,
ni por cobardía. Mientras San Bernardo predicaba, le sugirió el diablo: -¡Qué
bien lo haces! – “Ni por tí lo comencé, ni por tí lo
dejaré”, contestó el santo.
14. La Carta a Diogneto dice de los cristianos del Siglo
II: "No se distinguen de los paganos por su vestido, comidas y hábitos de
vida. Cada uno tiene su patria, pero se juzga peregrino; todo les es común con
los demás. Toda otra región es su patria, aunque en toda patria se encuentran
peregrinos. Como todos, tienen sus mujeres, crían hijos, pero detestan los
abortos. La mesa les es común, mas no el lecho. Son de la carne, pero no viven
según la carne. Habitan en la tierra, pero su ciudad es el cielo. Lo que el
alma es en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo... Tan noble es el
puesto que Dios les ha asignado, que no les está permitido desertar de
él".
15. Así son -debemos ser- para todos los hombres, visibles, como la ciudad
puesta en lo alto, y como la luz espléndida del mediodía, o invisibles, con
acción callada, pero eficaz, como la sal. Como la Eucaristía que
silenciosamente va transformando nuestras vidas y el mundo. Como una inmensa
transfusión diaria de sangre salvadora y fecunda.
P. JESÚS MARTÍ BALLESTER
jmartib@planalfa.es