DOMINGO 13 DEL TIEMPO ORIDNARIO CICLO A
RECIBIRAN PAGA DE PROFETA
1. El libro de los Reyes prepara hoy el mensaje del evangelio. El hijo suscitado por Eliseo a la sunamita generosa, sin hijos y con el marido viejo 2 Reyes 4, 8, es la confirmación de las palabras de Cristo: "El que os recibe a vosotros me recibe a mí, el que recibe a un profeta tendrá paga de profeta, el que de un vaso de agua a uno de estos pobrecillos porque es mi discípulo, no perderá su paga" Mateo 10, 37. Esto caracteriza la aceptación que los discípulos de Jesús recibirán de aquellos a quienes van a evangelizar.
2. Evangelizar es elevar, es hacer un bien muy grande, es descubrir un horizonte sin el cual la vida humana se queda corta, pobre y chata. Los que carecen de la verdad evangélica, viven ciegos y por eso se aferran a las únicas realidades que ven, que son las únicas con las que cuentan, las que se pueden apreciar por los sentidos. Hay un museo bellísimo dentro, pero no saben que existe. Por eso anunciarles el evangelio, no es hacer un prosélito, sino promocionar a un hombre para que sea plenamente hombre, mediante la participación en el misterio de Cristo, que culmina en la celebración del sacrificio de la Eucaristía, que rememora y representa el sacrificio de la cruz.
3. Cuando uno ha encontrado al Amigo, el tesoro, la perla preciosa, tiene ya mucho camino recorrido. Porque ya toda renuncia se le facilita. El amor a Cristo, mueve el sol y las estrellas. Por él se puede renunciar todo lo que se amaba y quemar lo que se adoraba. La experiencia de haber encontrado al mejor amigo del mundo es el mayor gozo del mundo. Es haber encontrado una vida nueva. Eso es lo que los discípulos de Jesús saben que han encontrado al descubrir a Jesús y al vivir con El. Han encontrado una perla preciosa, y un tesoro. Saben ya que vale la pena venderlo todo para adquirirlos. Desde esta visión positiva del amor a Cristo, que llena por completo el corazón del discípulo, la renuncia a los afectos más poderosos de la vida humana, el padre, la madre, el hijo o la hija, se hace posible, aunque, a veces, no deja de ser muy amargo. Sin el amor de Cristo, que no es sólo afecto y sentimiento, sino fortaleza y robustez del Espíritu, las renuncias exigidas por su seguimiento, no tienen ni explicación, ni consistencia y, por tanto, puede asaltar la tentación de la deserción. Y su realidad. Una prueba de que el seguimiento del Señor es recompensado al ciento por uno, es la generosidad con que es tratado Eliseo, el profeta peregrino del Señor, por la mujer sunamita, que le ofrece con cariño, el hospedaje en su casa. Quien, a su vez, va a ser recompensada con un hijo, porque Jesús no va a dejar de pagar ningún servicio, aunque sea tan pequeño y humilde, como un vaso de agua fresaca ofrecido a sus pobrecillos.
4. Si a los que han sido llamados a compartir con Jesús su ministerio o la dedicación total y plena a la edificación de su Cuerpo, exige Jesús posponer los vínculos de la sangre, no es menos exigente el Señor con los que, permaneciendo en su hogar, quieren seguirle. También a éstos dice el Señor: "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí". La cruz, entendida como todo aquello que contraría los instintos naturales del hombre, que crecen torcidos por la fuerza de la semilla del pecado. Y aquello que cuesta esfuerzo, que requiere dedicación, dolor, trabajo. Se ha escrito: "Juan Pablo II es víctima del trabajo". Está a la vista de cualquiera. La vida es consiguiente a la muerte. La resurrección viene después de la crucifixión. Encontrar la vida terrena y sus planes intramundanos de éxito y de seguridades, es exponerse a perderlo todo, y, sobre todo, la intimidad con el mejor de los hombres, Dios, que se ofrece como amigo, compañero, esposo, hermano, padre, confidente, precio y premio.
5. Es lo que hoy se nos dice a nosotros: Vale la pena perderlo todo, incluso la misma vida, para encontrar esa vida de Dios en Jesús.
6. Por el Bautismo hemos muerto a la vida del pecado, nos hemos incorporado a Cristo, formamos un cuerpo con El. Por eso hemos de vivir muriendo Romanos 6, 3, y ese es el precio que hay que pagar para vivir su vida de resucitado. La muerte cotidiana al pecado, el "Cada día muero" de San Pablo, ha de ser la contraseña del discípulo del Crucificado.
7. Este misterio de gloria es el que pone en nuestro corazón y en nuestros labios el Salmo 88: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré su fidelidad por todas las edades. Y dichoso el pueblo que sabe aclamarte".
8. En el sacrificio de la Eucaristía se hace presente esa vida y ese amor, que nos salva y nos ofrece la ilusión y la dicha de vivir al servicio de tan gran Dios, "que levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes de su pueblo; el que a la estéril le da un puesto en la casa, como madre feliz de hijos", nos hace a nosotros también fecundos, como la palabra de Eliseo hizo fecunda a la mujer sunamita, que no tenía hijos.