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DOMINGO 4 DE ADVIENTO A

EL SEÑOR VIENE

 

         1  En el año 740 a de C., los reyes de Siria e Israel subieron a Jerusalén con ánimo de expugnarla, pero no pudieron apoderarse de ella. El rey de Judá Ajaz y su pueblo se estremecieron: "Se agitó su corazón y el de su pueblo como se agitan los árboles del bosque con el viento". El Señor tranquiliza por medio de Isaías al rey y le anuncia que el reino permanecerá. Yahve se compromete a ayudarle, y a través de Isaías, le pide que confíe en el Señor y no en las coaliciones humanas. El reino subsistirá. Será eterno. Y le da una señal: la virgen está encinta de Emmanuel. Dios estará con nosotros Isaías 7, 10.

 

         2  El amor inmenso de Dios, el que no cabe en el mundo tan amado por él, "el Rey de la gloria, va a entrar en el mundo: Viene para establecer su justicia y santidad. Vengamos a su presencia y digámosle: "Somos el grupo que te busca, Señor, y desea tu bendición" Salmo 23.

 

         3 San Pablo nos quiere demostrar que el nacimiento de Jesús provoca una renovación de la vida religiosa. Toda la espera de Israel está centrada en El. Por Jesucristo, de la estirpe de David, con pleno poder por su resurrección de la muerte, hemos recibido el don y la misión de traer a la fe a todos los gentiles, para formar su pueblo santo Romanos 1, 1.

 

         4  Emmanuel necesitaba una familia. Un matrimonio en el que reinara el amor, para poder crecer en paz. María y José son dos jóvenes encantadores que se aman. María estaba desposada con José, pero aún no vivían juntos. Su noviazgo, según la Ley judía, era ya un compromiso definitivo. El matrimonio no iba a ser un obstáculo para que estos jóvenes vivieran una profunda vida de unión con Dios. La intervención de Dios hace que fracase en parte el proyecto de los hombres.

 

         5  Pero el amor admirable de María y José se convierte en drama: María está encinta de Jesús por la intervención del Espíritu Santo. Angustia de San José ante su esposa embarazada. José, honesto y justo, ¿llegaría a dudar de María? El sabe que él no es el padre. Generoso, con el corazón destrozado, porque ama muchísimo a María, piensa anular su compromiso con María y devolverle su libertad. ¡Qué desgarro para María, viéndose incomprendida por José! Pero ¿cómo creería José el misterio? Los dos esperan al Mesías. Está ya casi en sus manos, y José no quiere recibirlo, porque humanamente no puede creer lo que está pasando.    

 

         6  Sólo Dios puede solucionar este conflicto. Y lo soluciona: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, porque la criatura viene del Espíritu Santo... Tú le pondrás por nombre Jesús" Mateo 1, 18. Es decir, está todo calculado, he confiado en tí. Te encargo que hagas de padre. A tí te confío mi Hijo. El que puede resucitar un muerto, puede hacer que una virgen sea madre. El gozo de José es muy superior a su dolor. Adelanta la boda y se lleva a María a su casa. ¡Se estremece el corazón y se conmueve al pensar en la llama de amor que arde en el corazón de José a su esposa María y a aquel Niño que ella lleva en su seno! Y, abrumado, permanece en silencio.

 

         7 Vamos a entrar en el invierno, que comienza esta noche. Los árboles están secos, las plantas parecen muertas. Pero sabemos que llegará la primavera. Cuando llegue toda la fuerza ahora escondida, romperá a cantar y aparecerán las flores, y los árboles se coronarán de verde, crecerá la hierba y las espigas comenzarán a granar. Será la aparición de un súbito impulso de vida. En el mundo del espíritu el invierno ha sido muy largo, la noche, semejante a una muerte aparente, está durando mucho. Pero es seguro que, tras la hibernación, llegará la primavera mesiánica. Tras la noche, amanecerá la aurora. Aunque tarde en llegar, no dejemos de esperarla, orando con todo el pueblo de Israel: "Nubes, lloved vuestro rocío. Abrete, tierra, haz germinar al Salvador".

 

         8 "La Virgen dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros". Con nosotros en la palabra, en los sacramentos, sobre todo en el de la Eucaristía, en todos los acontecimientos, y en cada uno de nuestros hermanos, especialmente en los más pequeños y necesitados. ¡Ven, Señor, Jesús! <¡Sí, voy a llegar enseguida>. Amén. Ven, Señor Jesús[1].

 

 

P. JESÚS MARTÍ BALLESTER

institucion@amorycruz.es



    [1] (Ap 22, 20).