Tras la noche, viene el día
2º Domingo de Cuaresma. Ciclo A Como Abraham somos llamados a la transfiguración y a la resurrección.
Las pruebas de Abraham preparan la
transfiguración de Jesús, anuncio y profecía de su resurrección.
1. Había cesado el diluvio, Yahvé había bendecido a Noé y a sus hijos por su
fidelidad, y les había ordenado, como a Adán, que crecieran y se multiplicaran
y llenaran la tierra, pero los hombres, llenos de orgullo, decidieron construir
una torre muy alta para alcanzar el cielo, al margen de la voluntad de Dios. El
Señor confundió su lengua por eso la torre se llamó Babel (Gn 11,1), les
dispersó por toda la tierra, y se fueron multiplicando y alejando de Dios,
relegado ya al olvido el diluvio. Desaparecida, pues, la generación de Noé, se
hace necesaria una nueva elección que prolongue, su obediencia en la tierra.
“Cuando fueron confundidas las naciones unánimes en su perversidad, la
Sabiduría puso sus ojos en el justo y lo conservó irreprochable ante Dios
y lo sostuvo fuerte contra el entrañable amor a su hijo” (Sab 10,5).
2. En Ur de Caldea, al sur de Mesopotamia y a orillas del Eufrates,
vive un pastor nómada, hijo de Teraj: Abraham. El Señor le llamó, y le
dijo: "Sal de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre, hacia la
tierra que yo te indicaré. Haré de tí un gran pueblo. Con tu nombre
se bendecirán los pueblos de la tierra". Abraham y su familia adoran al
dios Sin y a otros dioses falsos: “Al otro lado del río habitaban antaño
vuestros padres, Teraj, padre de Abraham y de Najor, y servían a
otros dioses” (Jos 24,2). Abraham es hijo de un ambiente religioso
enfermo, corrompido, ecléctico, politeísta, adorador de los astros, por
eso el Señor le habla de las estrellas del cielo cuando le predice su futuro y
de su descendencia numerosa (Gn 15,5). El Dios verdadero comienza por
separarle de la mentira. ¿Cómo habría podido conocer a Yavé, si todo el
ambiente idólatra y los lazos de la carne y de la sangre los tenía en contra?
Cuando el hombre llega a la madurez del discernimiento, es capaz de ofrecer
resistencia a todas las contrariedades que se le opongan, pero cuando es débil
en la fe, o está comenzando a vivir una vida nueva tan distinta, necesita
aislamiento del error y protección. Cuando todavía han de pasar dieciocho
siglos para que llegue Cristo, Abraham sale de una tierra, la suya, el Irán
actual, a 200 kilómetros del mar Pérsico, y va a entrar en otra, Canaán.
En un acontecimiento, no pequeño, le ha facilitado la Providencia, su
salida: Teraj, su padre, ha muerto ya en Jarán. Le está tratando aún
como niño. “Cuando era niño pensaba como niño” dice San Pablo. Las pruebas
vendrán después. Llega a Canaán y sólo la recorre, porque aún no la
posee. Al Señor le gusta hacer desear, porque cuanto más se desea más se
alcanza. Hacer desear porque cuanto más se desea más se valora lo que se desea.
Hace desear porque el deseo aumenta el vacío y a mayor vacío corresponde
plenitud mayor. Lo hace ahora con Abraham. Lo hará después con Moisés desde el
monte Nebo, enseñándole la tierra prometida: "Te la hago ver con tus
ojos, pero no entrarás en ella" (Dt 34,5). Es una manera de decirle
que la recompensa la va a recibir en la otra tierra figurada por ésta. Abraham
sale de la tierra de la humanidad dispersa, y entra en la tierra, posesión de
un pueblo futuro, que va a nacer otra vez del Creador. Así es como hemos salido
nosotros de la tierra de la dispersión y hemos entrado en el pueblo nuevo de
Dios por el Bautismo. La humanidad de Babel quiere realizarse sin Dios; pero la
verdadera grandeza sólo se construye con Dios y por Dios. El mundo está rodeado
de odio por todas partes: castillos, empalizadas, fosos separatistas, ángeles
enemigos. Los constructores de Babel emplearon betún como argamasa para sellar
las hiladas de los ladrillos porque se querían vengar del diluvio. Como
entonces, los constructores disparan flechas contra el Cielo y los ángeles de
Dios las cogen y las devuelven. Pecado y castigo. En el mundo se peca tanto
como en la ramera Babilonia y por eso los mismos constructores se destruirán a
sí mismos y a todos.
3. El mundo actual que quiere construir la ciudad sin Dios, está consiguiendo
confusión, ruina y muerte, pues "Si el Señor no construye la casa, en vano
se cansan los albañiles"(Sal 126,1). Pero falta discernimiento para verlo.
Abraham, dejando su propia instalación, ha salido de una ciudad, de la humanidad
confusa y embrollada, para originar el pueblo nuevo que retorne a la ciudad, a
la humanidad, como fermento y como sal, capacitado y con misión de incorporar a
toda la humanidad en el pueblo nuevo. Es un trasplante, un vivero, un
seminario, lo que Dios piensa hacer con Abraham. El pueblo nuevo que engendre
Abraham, tendrá como principio la confianza en Dios y la obediencia a sus
mandatos, y esto es lo que le distingue de Babel. Génesis 12,1.
4. Pero Abraham tiene que pagar un alto precio por ese pueblo: emigrar de su
tierra, el destierro. Y no es fácil romper con las propias raíces. Dejar
en Jarán a su hermano Najor (Gn 12, 4) y en Betel a su
sobrino Lot, (Gn 13,11) y abandonar a Agar y a Ismael, hijo
de ambos: “Abraham se levantó muy de mañana, tomó pan y un odre de agua y se lo
dio a Agar: Se lo puso sobre su hombro, le entregó también al niño y la
despidió” (Gn 21,14).Y su corazón quedó bramando en el desierto, como el
de una leona que le arrebatan su cachorro. Por último se le pidió el sacrificio
supremo: sacrificar a su hijo Isaac (Gn 22,1).¿Era crueldad? No. Era
pedagogía. Necesidad. A Abraham se le pide que viva en otra dimensión, la de
Dios, para que sea el fulgor de la fe. Los ojos y las mentes terrenas esto no
lo pueden entender. No lo entenderán nunca, porque la sabiduría de la cruz es
locura para los hombres (1 Cor 1,24).
5. Estas son las pruebas que hicieron de Abraham el amigo de Dios (Is 41,8).
El hombre moldeado en la prueba, macerado en el dolor interior, el hombre fino
y delicado de oración profunda. Maduro, comprometido y responsable, sobre quien
pesan todos los problemas sociales y morales. Está claro, Abraham es un hombre
que siente su responsabilidad y que la afronta; que cataloga unas prioridades;
que atiende, antes que nada y por encima de todo, a la formación de su familia;
que habla poco, pero no trabaja para la galería en busca de éxitos ni se pone
en mano de asesores de imagen. Sus conflictos familiares no pequeños, y las
separaciones afectivas y reales ilustran nuestra propia vida, que no es un
caminar de horizontes azules, gaviotas al viento y jardines florecidos de
rosas. No son pocos los que han tenido que enfrentarse a sus problemas
familiares e incomprensiones para seguir la llamada del Señor. En la prosa de
la vida ordinaria y en medio de un mundo que ha perdido la sensibilidad y el
discernimiento de los valores humanos y cristianos, el discípulo del Señor está
llamado a vivir de una manera digna de la elegancia y finura de Dios. En una
sociedad tan poco refinada y tan ruda, tan “ordinaria”, ¿cómo encarnar las
virtudes cristianas y las bienaventuranzas? No son pocos, sino muchos los que
viven una vida superficial y rutinaria. El virus de la época es la tibieza. A
este respecto recuerdo que el Cardenal emérito de Milán, Carlo M. Martini,
refiere lo siguiente: Un sacerdote había asistido a una reunión neocatecumenal y,
todo impresionado, fue a decirle a su obispo: “¡Por fin he comprendido el
kerigma!”. ¿Será posible? ¡Si usted lo está predicando largos años en su
parroquia y en el seminario! Se puede vivir en una actuación religiosa habitual
sin haber llegado nunca al fondo de la cuestión, quedándose casi como un ateo
celebrando los ritos y guardando las ceremonias.. Y termina el mismo
Cardenal, lleno de experiencia: Y me parece que esto es más frecuente de lo que
se piensa. Hay mucho infantilismo y poquísima madurez. Muchos principiantes y
pocos perfectos. Mucha conocimiento de la ascética y poco de la mística, es
decir, mucho estudio de virtudes a fuerza de brazos, (suponiendo que se dan las
virtudes) y poca actividad de los dones del Espíritu Santo, que connaturalizan
la santidad. “Gran multitud de cristianos y aun de religiosos, nunca salen de
esta fase de la niñez espiritual, que es la propia de ascetas y principiantes”,
escribió el Padre Arintero. Que esto ocurre en las personas apostólicas es
grave, porque la acción debe ser el fruto de la contemplación, como dice Santo
Tomás. Que por eso San Gregorio ha dicho: “Sea el obispo el primero en la
acción y el más alto en la contemplación”.
6. “Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó
aparte, a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos”. Los
discípulos conocía a Jesús externamente, su origen humano, su voz, sus
costumbres… ahora han visto su cara oculta y eso les ha cambiado. Y
evidentemente que su trato y vida con Cristo han cambiado. Es lo que les pasa a
muchísimos cristianos, no dan el vuelco porque no se han enamorado de Cristo.
Lo observamos en la vida. Un joven es indolente, vive sin ilusión, con una vida
mediocre. ¡Ah! Pero un día se se enamora y cambia radicalmente. Su
vida ya no es ren blanco y negro. Su vida tiene color, vida,
vibración. Si el cristiano llega a enamorarse de Cristo todo cambiará. Seguro.
Y ¿cómo enamorarse? Para enamorarse de Jesús hay que conocerlo y tratarlo. El
roce engendra cariño. Los caminos que no se trillan se llenan de cardos y
espinas. Busca leyendo y encontrarás meditando. Busca meditando y encontrarás
contemplando. Es imprescindible la oración, el tratado de
amistad con quien sabemos nos ama.
7. Algunos nuevos conversos que, habiendo necesitado salir del ambiente
religioso mediocre, ateo e indiferente en que vivían, como han tenido que adoptar
un cambio de rumbo se sienten tentados a pensar que es su personalidad la que
lo ha hecho, y su conversión se convierte en fanatismo, y sólo ven por ella,
como si todo hubiera comenzado con ellos y lo demás no valiera nada. Sucede así
en movimientos, asociaciones, instituciones, con una carencia del don de
piedad, propia del engreimiento, que conduce a la dureza de corazón. Dan
importancia suprema al número, a los talentos naturales y a los éxitos
apostólicos y pastorales, y fomentan sin cesar y sin enmienda, porque ni
siquiera lo ven, el orgullo y la arrogancia. Su instrumento de
trabajo es la brocha gorda, cuando la vida interior, enraizada en la fe, es
principalmente labor de filigrana y de pincel fino, motivos e intención rectas
y amorosas, que son los que dejan obras que duran y enriquecen a la
Iglesia y a la comunidad humana. “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
Se olvida esto o por falta de fe no se cree, y se cae en la herejía de las
obras lo que León XIII llamó el americanismo
8. Han sido años difíciles, los pasados. En los años cuarenta salían del
seminario los nuevos sacerdotes con la conciencia y el hábito de la meditación.
Digo el hábito de la meditación por cuanto en el seminario formaba parte del
horario de cada día, que no propiciaba mucho el hábito, al menos interior y de
profunda convicción. En realidad no se había hecho una pastoral pedagógica y
eficaz de la oración, en todos los niveles. Fuera de una plática dedicada al
tema en los ejercicios espirituales anuales, ya no se trataba más. Se
consideraba tema sabido. Se le suponía el valor como en la ficha de la mili.
Era asunto supuesto. Los jueves y los domingos, el Director Espiritual hacía
sus pláticas en las que iba vertiendo sus ideas. Pero nada de ejercicio
personal de oración. Hablo en general; siempre, en todos los campos, hay alguna
excepción que confirma la regla. De todos modos opino que se salía del
seminario con la conciencia de que había que hacer meditación. Quizá en los
años cincuenta se mantiene, pero a la baja, esta conciencia. Y ya en los
sesenta se invierten los términos: en vez de ir al sagrario, hay que ir al
hermano, es mejor tomarse unas cervezas en elbar con unos muchachos, que
estar un rato de rodillas ante el Señor. Y entonces comienza el rumor y la sospecha
sobre la oración: es una evasión, urge el compromiso, hay que actuar ya. Se
retrasaron un poco. En España siempre se retrasan los movimientos, sean del
orden que sean. Ese movimiento del «activismo» hacía ya años que se había
iniciado y desarrollado en los Estados Unidos de América, a finales del siglo
XIX. Lo descalificó León XIII en una carta al Arzobispo de Baltimore, Testem benevolentiae del
22 de enero de 1899. El Papa en esa carta condena el «activismo» y acuña un
nombre para designarlo: el «americanismo», y que posteriormente Pío XII
convertiría en la «herejía de la acción». Aún en el año 1945 publica un libro
el cardenal Speellman, Arzobispo de New-York, con el significativo
título de «Acción ahora mismo». Vemos que por aquellas fechas España aún andaba
bastante regular. En el año sesenta y dos comenzó el Concilio y, lo que se
esperaba una bocanada de aire fresco en la Iglesia que vivía con las
ventanas cerradas, se convirtió en un huracán, que se llevó tras de sí aquellas
conciencias, ya poco sólidas, de los años cuarenta. Se ridiculizó el rezo de
oraciones tan venerables y arraigadas como el Rosario, se desmantelaron
trisagios, adoraciones eucarísticas, triduos de cuarenta horas, novenas,
ejercicios del mes del rosario, de las almas y de mayo, todo en nombre del
Concilio, que no había dicho eso, sino todo lo contrario. Había rutinas y polvo
de siglos que sacudir y poner al día, pero, de ninguna manera, extinguir. Al
pueblo se le quitó lo que tenía, sin darle ninguna sustitución. Comenzaron a cerrarse
los templos por la mañana y abrirlos sólo por la noche para la misa vespertina,
y se condenó a muerte la piedad popular. Ya Pablo VI se lamentaba y decía: «Un
célebre escritor de nuestro tiempo hace decir a uno de sus personajes, un
cultísimo e infeliz sacerdote: "Yo había creído con demasiada facilidad
que podemos dispensarnos de esta vigilancia del alma, en una palabra, de esta
inspección fuerte y sutil, a la que nuestros antiguos maestros dan el bello
nombre de oración"» (Bernanos, L´impost).
9. El Espíritu Santo que vela por la Iglesia va a intervenir. Ha
escrito Oscar Cullman, teólogo protestante, que cuando la Iglesia deja
la oración, el Espíritu Santo la deja a ella. Quizá la expresión no es muy
acertada, pero es gráfica e indica una situación psicológica, más que
teológica, porque en realidad lo que hace el Espíritu Santo es corregir la
dirección y curar el desvío. Y lo hará allí mismo donde comenzó el error. El
americanismo, herejía de la acción y escape de la oración, comenzó en Estados Unidos,
aún recuerdo la película Siguiendo mi camino, protagonizada por Bing Crosby,
que encarna a un sacerdote joven que llega a una parroquia americana, y que
responde con una sonrisa irónica a la pregunta del sacerdote mayor sobre si
hace oración. Pues allí, en Estados Unidos, entre los universitarios, nacerá la
Renovación Carismática, que es la revalorización de la oración. Entre los
laicos. Es tan vital la oración que, cuando las vocaciones de consagrados están
pasando su invierno, el Espíritu Santo hace germinar la primavera en el pueblo
llano, para que vengan a ser como los primeros cristianos, de quienes los
paganos decían que eran «hombres que oran, y hombres que aman».
10. En la oración mental alimentamos las ideas, que son necesarias para vivir
con coherencia el evangelio. Hemos de esforzarnos por razonar, juzgar
actitudes, discernir y decidir. Es verdad que las ideas, siendo motores como
son, mens agitat molem, a fuer de humanas, no tienen
capacidad de hacer mucha hacienda, en frase de san Juan de la Cruz. Por eso
viene el Espíritu en nuestro auxilio a orar al Padre con gemidos inefables, por
medio de la oración contemplativa infusa, por pura gracia cuando Él quiere. Y
no sólo puede infundir esta gracia a quienes hacen meditación, sino también a
los que rezan vocalmente. Y santa Teresa dice que el Maestro divino les está
enseñando, sin ruido de palabras, suspendiendo las potencias mientras rezan.
Pero sabemos también que el soplo de Dios puede llegar mientras se están
realizando los trabajos dispuestos por la obediencia. Basta recordar al beato
Rafael, saltando de júbilo de Dios en la cocina mientras está pelando nabos, a
la misma santa Teresa en éxtasis con la sartén en la mano y, más cerca de
nosotros, a Carlo Carretto, que le gustaba vestirse con ropas viejas
para ir a la oración en el desierto para, cuando llegara el gozo de Dios, poder
revolcarse en la arena.
11. Como a hijos de Abraham,“Dios nos ha llamado a una vida santa” 2 Timoteo
1,8. La santidad de vida también tiene un precio. El cristiano tiene que
separarse de muchas cosas. “El amor de Dios consiste en desprenderse de todo lo
que no es Dios, por Dios”, escribe San Juan de la Cruz.. Hemos sido
llamados a morar en una tierra santa, la ciudad del cielo. En esta tierra
nuestra somos peregrinos, nómadas como Abrahán y hemos de vivir como
desterrados, anhelando la patria verdadera, “la ciudad del Dios viviente, la
Jerusalén celeste, la asamblea festiva” (He 12,22). Lo importante es
tener claros los principios y no enseñar sólo la ley de mínimos. (Mt 11,11).
12. Jesucristo transfigurado es la imagen de nuestra vocación a la luz de la
vida inmortal, a “la reunión solemne y asamblea de los primogénitos inscritos
en el cielo” (He ib). Jesús ha ido anunciando a sus discípulos que ha de
fracasar y que le han de matar. Pero, como esa sólo es la parte negativa de la
Pascua, en la Transfiguración les anticipa la parte positiva, su
Resurrección, a la que nos llama a participar como hijos de Dios, adquiridos
por su sangre..
Como Jesús, antes de nuestra resurrección y participación de su vida
incorruptible, hemos de pasar por el Calvario de nuestra vida y el Gólgota de
nuestra muerte.
13. Jesús en el monte se transfigura entre Moisés y Elías. Las pruebas de
Abraham, vistas al fulgor de la esplendorosa transfiguración se nos aparecen
diáfanas, por eso Pedro quiere quedarse allí: "Señor, ¡qué hermoso es
estar aquí!" Mateo 17,1. ¡Qué diferente esta expresión de Pedro de la que
ha pronunciado poco antes, cuando Jesús les ha anunciado su pasión y su muerte!
La contemplación de la gloria de Cristo ha cambiado su corazón y su cabeza,
porque la cruz sólo se entiende desde la transfiguración. Y sólo desde ella y
con su fulgor se tienen ánimos para aceptar la oscuridad de la cruz. “Muchos
siguen a Jesús hasta partir el pan, pocos hasta beber el cáliz”(T. de Kempis).
14. Pero hemos de bajar del monte. Hemos de pasar por Getsemaní y
subir al Calvario: Pedro tiene que pasar también por la experiencia humillante
y amarga de su negación. En el Calvario Jesús, en vez de Elías y Moisés, tendrá
a cada lado dos ladrones. Pero al tercer día resucitará. Creo, Señor, pero
aumenta mi fe.
15. "El Señor tiene puestos sus ojos sobre sus fieles para librar sus
vidas de la muerte" Salmo 32. Eso es lo que acrecienta nuestra confianza,
saber que él nos cuida y nos salva, que está actuando en nosotros y en la
historia siempre, por cerrado que se nos presente el horizonte, y aunque el
misterio sea oscuro como la noche oscura y como el túnel tenebroso. Sabemos que
al final del túnel y al término de la noche, nos aguardas tú, Señor, iluminando
el horizonte con luces claras de amanecer radiante de eternidad dichosa. Saber
que nos esperas tú para "enjugar nuestras últimas lágrimas y para hacernos
entrar al banquete de tu Reino, donde no hay luto ni llanto ni dolor, porque el
primer mundo ha pasado" (Ap 21,5). "Porque Jesucristo ha destruido en la
Pascua la muerte y ha sacado a la luz la vida inmortal" .
16. Vida que vamos a pregustar en el sacramento de la Vida y de la
caridad de nuestro Dios, que viene a trabajar en nuestra alma como hábil
ingeniero de virtudes y santidad. A quien ayuda María, la Madre y
Corredentora, que suple todas nuestras deficiencias e imperfecciones.
P.JESÚS MARTÍ BALLESTER
jmartib@planalfa.es