DOMINGO VII DE PASCUA CICLO A
SOLEMNIDAD DE LA ASCENSION DEL SEÑOR
CRISTO ASCIENDE ENTRE ACLAMACIONES
1. "Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo os de espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a que os llama, cuál la riqueza de la gloria y cuál la riqueza del poder con el que resucitó y sentó a su derecha a Cristo" Efesios 1, 37.
Quiero comenzar esta homilía con esta oración ardentísima de Pablo, porque sólo con la respuesta del Padre de la gloria a nuestro deseo de que nos ilumine, podremos rastrear un poco el gran misterio que celebramos.
2. Nuestros ojos que ven tantas cosas, nuestro corazón, que tan fácilmente queda prendido de lo terreno e insustancial, y nuestras preocupaciones y desvelos por los afanes temporales y cotidianos, apenas si dejan un resquicio por donde filtrar el rayo de la luminosidad del cielo. Nos ocurre, a los que vivimos en la ciudad, que perdemos la noción de la naturaleza, metidos en el asfalto y en la altura de los grandes edificios, y nos olvidamos de gozar de la contemplación de la belleza serena de una luna llena y espléndida en una noche cubierta con un manto de brillantes estrellas, o de una ladera verde y perfumada con el verde de los pinos o del impoluto y embriagante azahar de los naranjales.
3. En esta celebración, pues, insistamos en la oración al Padre para que ilumine con las luces poderosas de su Espíritu, nuestra mente adormecida, nuestra sensibilidad espiritual embotada, para que quede maravillada ante el esplendor de Cristo resucitado que sube al cielo. Si el Señor nos concede lo que le estamos pidiendo, saldremos de esta liturgia llenos de alegría, con el espíritu renovado y con mayores ganas de trabajar y de testificar que Jesús es el Hijo de Dios, que aunque se ha ido al Padre, no ha dejado esta tierra, sino que está más presente que nunca, con una presencia invisible, pero real y eficaz, como nos lo ha prometido: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" Mateo 28, 20.
4. Pensamos que lo que no vemos y tocamos no existe, y ese es el mal del materialismo y del empirismo, en el cual vivimos sumergidos. Sólo la fe, que nos representa la acción del misterio de la presencia del espíritu en nuestras vidas, en el mundo y en la historia, puede devolvernos la alegría, el estímulo para practicar la virtud, aunque no sea agradecida ni recompensada, y el coraje para enfrentarnos a todas las dificultades y pruebas, incluso la muerte.
5. Jesús no ha dejado la tierra porque estuviera desengañado de nuestra infidelidad, ni porque se hubiera cansado de nuestra torpeza, sino porque su tiempo terreno se había cumplido, y porque ahora ha comenzado nuestro tiempo, el tiempo de la Iglesia, por eso Lucas nos narra lo que los dos hombres, con vestidos blancos de sobrenaturalidad, han dicho a los apóstoles: "Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?" Hechos 1, 1, como diciéndoles: "Manos a la obra, muchachos". Yo estoy con vosotros, pero vosotros habéis de estar conmigo. Trabajad y haced el trabajo bien hecho. A donde no lleguéis vosotros, dadme una llamada de teléfono, que, aunque no oigáis mi voz, estad seguros de que yo oigo la vuestra y os respondo sin palabras, y os doy la inspiración en el momento oportuno, la palabra suave y amable cuando os asalte la cólera, la paciencia para seguir atendiendo a ese enfermo, la fortaleza en el aciago momento de la tentación, el discernimiento, para decidiros por lo que vale, y la fortaleza para seguir cargando con vuestra cruz. Después estaréis contentos, gozaréis de la victoria sin acordaros del sudor de la lucha, y experimentaréis que, aún viviendo en la tierra, os participo ya los bienes del cielo.
6. ¿Qué otra cosa, sino voy a hacer ahora, al partir el pan resucitado, que es mi cuerpo glorioso, y al daros a beber mi sangre derramada, que haceros partícipes de mi cielo, que yo os compré con mi muerte cruel, humillante y amarga y con la resurrección con que el Padre me ha glorificado, sentándome a su derecha?
En verdad, Cristo Cabeza de la Iglesia, nos lleva a nosotros, sus miembros, a donde está él, como nos lo había dicho: "Voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os lo prepare, volveré para llevaros conmigo; así, donde esté yo, estaréis también vosotros" (Jn 14,2).
7. Cantemos con alegría con el Salmo 46: "Dios asciende entre aclamaciones; pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo".
Pidamos a Dios que nos conceda el deseo vivo de estar junto a Cristo. Amén.
P. JESÚS MARTÍ BALLESTER
jmartib@planalfa.es