DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSE SIETE DOMINGOS DE SAN JOSE Esta
piadosa devoción a san José, la inició el venerable P. Jenaro Sarnelli en
1744, discípulo de san Alfonso María de Ligorio, y los Papas Gregorio XVI y
Pío IX la enriquecieron con indulgencias. Para lucrar Jesus Marti Ballester |
SEGUNDO DOMINGO SEGUNDO DOLOR Y GOZO Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron (Jn 1,11). La pena de no poder dar al Mesías lo mejor ensombrece el
rostro de José. María le saca de sus pensamientos. Desde encima de la mula le
dice con su mirada: «No te preocupes; ya nos arreglaremos». Y a las afueras
del pueblo se van, a una cueva. Estando allí, a María se le cumplieron los
días de dar a luz (Lc 2,6). Las casas estaban llenas, la posada también, no
quedaba libre ni un rincón para que el Niño pudiera nacer. José va con su
esposa a empadronarse a Belén, porque ambos descienden de la casa de David.
Después de varios días de camino, tras ciento veinte kilómetros de recorrido,
por fin llegaron a Belén. BELEN Centro de Dios. Centro del mundo. Fuego que baja a encender corazones que se den, A El, a El, a El. Corren, corren los pastores, alas les pone el amor, en los pies, ¡Cuándo Dios es
quien impulsa, qué huracán es el ser! Fuego que baja a encender corazones que se den, en total consumación, a Él, a Él, a Él. A veces Dios permite que suframos y pasemos oleadas de
angustia y de dolor y de humillación porque ése es el clima donde él sabe
obrar sus maravillas, porque la gracia actúa mejor en los climas gélidos para
que Él pueda nacer en nuestro corazón y se evidencia que tanto poderío no es
cosa de planificación humana, sino de Dios. Cuando sienta en mi vida la
pobreza o la soledad, o el desespero me muerda diré: «Señor, yo sí te quiero
recibir; cuenta conmigo. Pero mantenme bajo tus alas, ilumíname con tu luz
espléndida». José va con su esposa a empadronarse a Belén, porque ambos
descienden de la casa de David. Después de varios días de camino, por fin
llegaron. Estando allí, a María se le cumplieron los días de dar a luz (Lc 2,6).
Las casas estaban llenas, la posada también, no quedaba libre ni un rincón
para que el Niño pudiera nacer. A veces Dios permite que suframos y pasemos necesidad
porque ése es el clima propicio para que Él pueda nacer en nuestro corazón.
Cuando sienta en mi vida la pobreza o la soledad, diré: «Señor, yo sí te
quiero recibir; cuenta conmigo». Dios permite el mal en el mundo -las injusticias, el
desprecio, la humillación- porque respeta la libertad humana, pero que de
todo podemos sacar bienes sobrenaturales? ¿Sé reconocer el mal que hago a los
demás -y sobre todo el mal que hago al pecar- cuando experimento el daño que
me hacen otros? ¿Procuro alegrar la vida de los que me rodean o me encierro
en mis problemas personales? ¿Sé que la puerta de la felicidad se abre
siempre de dentro a fuera -dándome-, a mi costa, nunca hacia dentro,
esperando que la felicidad me venga dada? ¿Comprendo que a veces cuesta sonreír, pero puede ser lo
que alguien está esperando de mí? ¿Me doy cuenta de que lo que más necesitan los demás es
que les hable de Dios? Bienaventurado Patriarca san José, que fuiste elegido
para hacer las veces de padre del Hijo de Dios hecho hombre. El dolor que
sentiste al ver nacer al Niño en tanta pobreza, se trocó pronto en luces
aurorales, gozos celestes cuando oíste los armoniosos conciertos de los
Ángeles, y fuiste testigo de los acontecimientos de aquella luminosa noche. Por este dolor y gozo te suplicamos nos alcances que, al
término de nuestra vida, oigamos las alabanzas de los Ángeles y gocemos del
resplandor de la gloria celestial. Fueron deprisa y encontraron a María, a José y al niño
reclinado en el pesebre (Lc 2,16). Cuando nace un niño se olvidan los
sufrimientos porque ahí delante, sonriendo, está ese don del cielo que es la
vida humana. José, además, tiene delante de sí al Hijo de Dios. Siente la
alegría de tener a Dios cerca, muy cerca. ¡Bendito seas, José, y eternamente lo
seas, pues al Dios Niño recreas con tu amor tierno y tu fe, nadie en el mundo se ve de Dios tan favorecido como tu que has merecido ser de Jesús Padre amado y esposo privilegiado de Van llegando unos pastores que, por indicación de ángeles,
quieren ver al Salvador. Y se organiza la fiesta con panderetas y zambombas y
regalos de la aldea, porque también
ellos han encontrado al Niño Dios, esperado de los siglos. El canto de miles
de coros angélicos, que en cataratas bajaron, envuelve las voces de los
pastores, cuya estela manifestaba que había fiesta en el cielo y en la
tierra. María conservaba todas estas cosas ponderándolas en su
corazón (Lc 2,19). José también las pondera y nos enseña que la oración
consiste en esto, en contemplar a Dios y ver nuestra vida centrada en la luz
de la vida de Jesús. Entonces, el corazón se enciende y rompe a cantar de
alegría. ¿Me doy cuenta de que Dios permite el mal en el mundo -las
injusticias, el desprecio, la humillación- el llanto –el desamparo, porque
respeta la libertad humana, pero que todo coopera al bien de todos, a la
armonía de los planes de Dios, siempre sabios y siempre obras de amor, de
justicia y de gracia? ¿Al comprobar el daño que me hacen otros sé reconocer el
mal que hago a los demás -y sobre todo el mal que hago al pecar-? ¿Procuro alegrar la vida de los que me rodean o me
encierro en mis problemas personales? ¿Sé que la puerta de la felicidad se
abre siempre hacia afuera -dándome-, nunca hacia dentro exigiendo? ¿Comprendo que a veces cuesta sonreír, pero puede ser lo
que alguien espera de mí? ¿Me doy cuenta de que lo que más necesitan los demás es
que les hable de Dios, tanto más cuanto más lo quieren silenciar? Hacer cada día unos minutos de oración para ponderar en mi
corazón en qué puedo yo ayudar a alguien. Bienaventurado José, maestro de oración, haz que yo
descubra a Dios cerca de mí, y la alegría que le doy cuando me dirijo a Él.
Ayúdame a comprender en la contrariedad, que Dios me espera para enriquecer
mi hombre interior, para olvidarme de mí y darme a los demás, para hacerme
constructor de mundo divinos y concreador con él. Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía. Jesús, José y María, recibid en vuestros brazos cuando yo
muera el alma mía. Feliz San José, maestro de oración, haz que yo descubra a
Dios cerca de mí, y la alegría que le doy cuando me dirijo a Él. Ayúdame a
comprender en la contrariedad que Dios me espera para enriquecer mi vida
interior, para olvidarme de mí y darme a los demás. Maestro de oración tan
querido por Santa Teresa que nos aconseja tomarlo por maestro cuando no lo
encontremos o creamos que no sabemos orar, que es sencillísimo, como
respirar. Enséñanos a orar con amor, y confianza. NARRACION EVANGELICA “Aconteció, pues, en los días aquellos que salió un edicto
de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento
primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos a
empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de
Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la
casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que
estaba en cinta. Estando allí, se cumplieron los días de su parto, y dio a luz
a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre,
por no haber sitio para ellos en el mesón. Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso,
y de noche se turnaban velando sobre su rebaño. Se les presentó un ángel del
Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos
sobrecogidos de gran temor. Les dijo el Ángel: No temáis, os traigo una buena
nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un
Salvador, que es el Mesías Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por
señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. Al
instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que
alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a
los hombres de buena voluntad». Cuando los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los
pastores unos a otros: Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha
anunciado. Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño
acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca
del Niño. Y cuantos los oían se maravillaban de lo que les decían los
pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón. Los pastores
se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y
oído, según se les había dicho”. Lc 2, 1-20. Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las
disposiciones emanadas por la autoridad legítima, José, respecto al niño,
cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el
nombre «Jesús, hijo de José de Nazaret» (Juan 1, 45) en el registro del
Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de Jesús
al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a
las leyes e instituciones civiles, pero también «salvador del mundo»...” Como depositarios del misterio «escondido desde siglos en
Dios» y que empieza a realizarse ante sus ojos «en la plenitud de los
tiempos», José es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la
venida del Hijo de Dios al mundo. José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en
condiciones humanamente humillantes, primer anuncio de aquel «anonadamiento»,
al que Cristo libremente se sometió para redimir los pecados. Así también
José fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al pesebre, la
rica cuna de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande y
gozosa nueva; después fue también testigo de la adoración de los Magos,
venidos de Oriente..." (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Redemptoris
Custos” ) |
Jesus Marti Ballester |
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant |