Domingo XXX Tiempo Ordinario, Ciclo B
Oasis de Jericó al final del camino que va a Jerusalén
Señor, que vea…
1.
"Gritad de alegría por Jacob, el Señor ha salvado a su pueblo, al resto de
Israel" Jeremías 31,7. Hoy pregona el Profeta el retorno a la patria de
los exiliados en Babilonia, libertados ya del destierro y de la esclavitud por
el Señor que los ama: "Seré un padre para Israel, Efraín será mi
primogénito".
2. El Señor ama a su pueblo como un padre, el Señor nos ama a todos, aunque,
nos cuesta entenderlo y aceptarlo, cuando las circunstancias por las que nos
deja pasar son dolorosas, y a veces, muy dolorosas. Por eso la entrega en sus
manos es un perfume agradable a sus ojos pues demuestra nuestra confianza en su
amor de padre. El fruto de esta lectura debe ser dejarnos invadir hasta la
saturación de la idea de cuánto nos ama Dios, y de que todo lo que hace con
nosotros es obra de amor. Es así como saldremos del destierro de nosotros mismos
y de los ídolos en su busca y nos adheriremos, como la hiedra, al Señor que nos
ama. Su fidelidad por todas las edades. Su misericordia por siempre. Nos ama
tal como somos, y desea que seamos tal como él nos ha pensado. Amor gratuito y
eterno. "Con amor eterno te he amado"(Jr 31,3). "No temas,
oruga de Israel, gusanito de Jacob" (Is 41,14). Dios nos ama siempre,
aunque nosotros lo olvidemos con mucha frecuencia. El Señor, que tiene alegría
porque nos libera del destierro, que simboliza la separación de Dios, y de la
esclavitud del pecado, quiere que todos los pueblos proclamen la alegría de la
libertad de Jacob.
3. Ahora el profeta magnifica el regreso a la patria de los exiliados con la
desbordante alegría natural: "Se marcharon llorando, pero los guiaré a
su patria entre consuelos". "Ciegos y cojos, mujeres encinta y que
han dado a luz recientemente. Retorna una gran multitud". Los
conducirá de oasis en oasis, "a donde hay torrentes de agua". Hacia
el agua, fuente de la fecundidad y símbolo de la gracia y del consuelo. De
oasis en oasis. Califica el curso de la vida, normal, regular, mal, y el oasis
alternativo, ofrecido con sabiduría infinita de Padre, que sabe equilibrar los
signos del crecimiento para que no desesperemos.
4. El Salmo 125 canta el cambio de la suerte de Sión, creían estar soñando,
cantando y riendo caminaban. "Los que sembraban con lágrimas, cosechan
entre cantares. Los que iban llorando llevando la semilla, vuelven cantando con
las gavillas granadas". La purificación dolorosa del destierro no ha
sido estéril, pues les ha madurado, ya que, como dice San Juan de la Cruz, que
padeció tanto, “¡Qué sabe el que no ha padecido!",
5. El relato de la curación del ciego Bartimeo, confirma que han llegado los
tiempos mesiánicos, aquellos que Jesús decía a los fariseos que no los sabían
discernir, y que Jeremías y el salmo citado anunciaban, a la vez que premia la
fe del cieguecito, que veía mejor que los que le hacían callar, y por eso ha
sabido orar con perfección. Como hacen los orientales, la súplica del ciego es
reiterada y a gritos, confiada y como desesperada, porque allí estaba Dios y
quería aprovechar su hora; y a pesar de que los que creyendo ver, no veían tan
claro como el ciego, le regañaban para que se callara, él ponía todo su corazón
y sus fuerzas en su grito, desde el sitio donde estaba sentado al borde del
camino: "Hijo de David, ten compasión de mí" Marcos 10,46. Mis
ojos, mis pobres ojos / que acaban de despertar / los hiciste para ver, / no
sólo para llorar. Y es que desde la necesidad y pobreza se ora mejor que desde
la satisfacción y la hartura. Cuantos más pobres mejores orantes. El fariseo
satisfecho y engreído se miraba a sí mismo al orar ritualmente. El publicano
pecador que se ve manchado, pide misericordia y salió justificado. "A
los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los dejó vacíos" (Lc
1,53). El ciego ora perseverantemente pese a la contradicción, hasta que
recibe aliento: "Animo, levántate, que te llama". La estima del ciego
llamado por Jesús, sube de tono incluso ante los que antes de ser llamado le
recriminaban. Su oración es un modelo al alcance de todos los que decimos no
saber orar. Y el efecto de la oración se manifiesta plásticamente,
elocuentemente. Soltó el manto, símbolo de su vida pobre y andrajosa, dio un
salto y se acercó a Jesús, y con amor lleno de fe, siguió orando. Consigue que
Jesús le escuche. Jesús alienta su oración. Conoce su necesidad, pero quiere
que él se la manifieste. Quiere hablar con él y le pregunta: "¿Qué
quieres que haga por tí?". Jesús sabe lo que quiere el ciego y sabe lo
que él va a hacer, pero quiere oírlo de sus labios, de su corazón: -"Maestro,
que vea". -"Anda, tu fe te ha curado". El cieguecito se ha
dejado abrir los ojos. "Esperanza del cielo tanto alcanza cuanto
espera" (San Juan de la Cruz).
6. El pasaje viene después del tercer anuncio de la pasión y muerte, cuando
Jesús camina avanzando hacia Jerusalén, generosamente, como un profeta valeroso
sabiendo que allí le espera la muerte. Los discípulos, en cambio, tenían miedo
de la muerte, como nos pasa a nosotros. - "Y al momento recobró la
vista y lo seguía por el camino", cantando con las gavillas recogidas,
con lo que nos ofrece el contraste con el joven rico del domingo anterior que
se marchó triste. Había sufrido y sembrado con lágrimas y corría con la boca
llena de risas, la lengua de cantares. Nada madura tanto como el dolor.
Nada produce más alegría que la curación del mal, de la ceguera en este caso.
El joven que no había sufrido, no supo seguir al que le invitaba a ser curado
de su posesión. Era en la ciudad de las palmeras, así la designa el
Deuteronomio, en la ciudad de los rosales famosos, Jericó. En una época tan
plagada de adicciones dolorosas, la curación del ciego de nacimiento es un
aliento para quienes se ven tarados y afectados, esclavos que quieren ser
libres y no lo llegan a conseguir. Acudan a Jesús con confianza, con la
insistencia y la fe del cieguecito Bartimeo. Sostén ahora mi fe, / pues cuando
llegue a tu hogar, / con mis ojos te veré / y mi llanto cesará.
7. Todos hemos pasado por uno o por varios destierros en esta peregrinación,
como Efraim, el pueblo elegido. Ahora mismo podríamos recordar sucesos,
enfermedades, conflictos, contradicciones. Si me centro en el suceso más duro
de mi vida, veo detalladamente aquella terrible enfermedad de mi hermana.
Fueron dos años de intenso sufrimiento, de agonía prolongada, de muerte lenta.
Demacrada agonizante, al poco tiempo cambió su rostro en sonrisa de paz. Había
pasado la lluvia. Había llegado la primavera. Yo recobré también la paz.
Quedaba el dolor de la separación y el recuerdo del sufrimiento de ella. Por
tanto el gozo no era total. Había pasado el dolor presente, pero quedaba un
resabio de tristeza. Sólo la fe de que para ella había comenzado la plenitud
del gozo, aliviaba mi déficit de paz actual. He ahí el análisis de la
liberación que el profeta Jeremías nos adelanta: los consuelos y los torrentes
de agua, aunque serán ya actuales aquí, serán incompletos, y sólo se
plenificarán en la patria de felicidad y paz, en la etapa celeste donde no
habrá llanto ni dolor porque el primer mundo ha pasado. Cuando veamos lo que el
ojo nunca vió, porque no es un color, lo que el oído nunca oyó, porque no es un
sonido, ni el pensamiento pensó, ya que es el pensamiento el que tiene que ir a
aquel don para alcanzarlo (San Agustín).
8.
"Anda, tu fe te ha curado". Sin ver con los ojos veía más que todos
los que veían con los ojos, porque tenía fe y por ella pudo orar y conseguir la
curación y la decisión, que es más preciosa, de caminar con Jesús. Otros
oyentes de Jesús, veían milagros, contemplaban su rostro, su bondad, sus
gestos, y no vieron en él a Dios. "Al momento recobró la vista y lo
seguía por el camino". Marcos quiere decirnos con estas palabras con
que termina el relato, que la fe es seguir a Jesús, como le sigue ahora el
ciego, camino de Jerusalén, es decir, camino de la pascua. Ya nos había dicho
antes: "El que quiera venir conmigo, que tome su cruz y me siga"
(Mc 8, 34).
9. Antes de operar a un niño en cuya operación perderá la vista, sus padres lo
llevaron a viajar para que viera el mundo y sus bellezas que nunca podrá ver. Y
pregunta el niño candorosamente: ¿Cómo veré después? Con nuestros ojos,
contestó su madre, reventando de pena.
Con los ojos de Jesús, por la fe, seguimos con el ciego por el camino, alabando
a Dios, para darle gracias por las grandes maravillas que ha obrado en el mundo
y en nosotros, y a recibir el pan de los fuertes, que nos hará generosos.
P. JESUS MARTI BALLESTER
jmartib@planalfa.es