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DOMINGO 6 PASCUA CICLO B DIOS ES AMOR SOMOS SUS AMIGOS |
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1. "Dios es amor" 1 Juan 4,7. En efecto, en Dios hay voluntad. El centro de la voluntad es el bien, y como el bien siempre es apetecible, deseable y amable y despierta el amor, el deseo, el apetito. Ahora bien como Dios es el Bien infinito, Dios se ama a sí mismo infinitamente. Ese Amor engendra al Hijo y como el Padre y el Hijo, son el mismo Bien infinito, se aman. Y la llama infinita de ese Amor es el Espíritu Santo. Pero el Amor de Dios no ha quedado encerrado en las Tres Divinas Personas porque el Amor, que es difusivo de sí mismo y nunca dice basta, desea participar su amor a otros seres, a otras criaturas. 2. El Amor de Dios busca crear otros seres, otras personas. Por eso dice San Juan: "El amor consiste en que Dios nos ha amado primero" 1 Juan 4,7. Y creó a los hombres en familia: "Creced y multiplicaos" (Gn 1,28). Esa explosión de amor que nace en Dios, llega hasta nosotros. Por eso dice San Juan que "El amor no consiste en que nosotros amamos a Dios, sino en que El nos ama a nosotros". De ese manantial divino infinito e inconmensurable nace toda la creación. La teoría del "bing-bang", esa explosión de la materia que ocurrió al principio de la creación, hace unos quince mil millones de años, y cuyo eco, según los científicos, aún puede ser escuchado, es posterior al Amor de Dios y efecto suyo. 3. Sin embargo, el mundo moderno, como señala con luminosidad Benedicto XVI en su Encíclica Deus caritas est, vive en general de la crítica al cristianismo que se ha desarrollado con creciente radicalismo a partir de la Ilustración, esta novedad ha sido valorada de modo absolutamente negativo. El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un veneno, el cual, aunque no le llevó a la muerte, le hizo degenerar en vicio. El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino? 4. Pero, ¿es realmente así? El cristianismo, ¿ha destruido verdaderamente el eros? Recordemos el mundo precristiano. Los griegos ?sin duda análogamente a otras culturas? consideraban el eros ante todo como un arrebato, una « locura divina » que prevalece sobre la razón, que arranca al hombre de la limitación de su existencia y, en este quedar estremecido por una potencia divina, le hace experimentar la dicha más alta. De este modo, todas las demás potencias entre cielo y tierra parecen de segunda importancia: « Omnia vincit amor », dice Virgilio en las Bucólicas ?el amor todo lo vence?, y añade: « et nos cedamus amori », rindámonos también nosotros al amor.campo de las religiones, esta actitud se ha plasmado en los cultos de la fertilidad, entre los que se encuentra la prostitución «sagrada» que se daba en muchos templos. El eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con la divinidad. 5. A esta forma de religión que, como una fuerte tentación, contrasta con la fe en el único Dios, el Antiguo Testamento se opuso con máxima firmeza, combatiéndola como perversión de la religiosidad. No obstante, en modo alguno rechazó con ello el eros como tal, sino que declaró guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa divinización del eros que se produce en esos casos lo priva de su dignidad divina y lo deshumaniza. En efecto, las prostitutas que en el templo debían proporcionar el arrobamiento de lo divino, no son tratadas como seres humanos y personas, sino que sirven sólo como instrumentos para suscitar la « locura divina »: en realidad, no son diosas, sino personas humanas de las que se abusa. Por eso, el eros ebrio e indisciplinado no es elevación, « éxtasis » hacia lo divino, sino caída, degradación del hombre. Resulta así evidente que el eros necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser. 6. Ante todo, que entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Hace falta una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia. Esto no es rechazar el eros ni «envenenarlo», sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza. Esto depende ante todo de la constitución del ser humano, que está compuesto de cuerpo y alma. El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el desafío del eros puede considerarse superado cuando se logra esta unificación. Si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo, como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. Pero ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. Únicamente de este modo el amor ?el eros? puede madurar hasta su verdadera grandeza. 7. Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro « sexo», se convierte en mercancía, en simple «objeto» que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador. Una parte, además, que no aprecia como ámbito de su libertad, sino como algo que, a su manera, intenta convertir en agradable e inocuo a la vez. En realidad, nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico. La aparente exaltación del cuerpo puede convertirse muy pronto en odio a la corporeidad. La fe cristiana, por el contrario, ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual espíritu y materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza. Ciertamente, el eros quiere remontarnos «en éxtasis» hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación. 8. Si Dios no sólo ha querido Dios que podamos cantar como la alondra, o crecer y florecer como los rosales, o perfumar como los cedros, los cinamomos, los alelíes y los jazmines, o correr como las gacelas, o reír y hablar como los hombres, sino que amemos como El. 9. ¿Cómo puede un hombre amar como Dios? Los hombres no lo podemos conseguir. La iniciativa parte de Dios. El nos da su propio Amor. Y El es Amor. Esa es su sustancia . "Deus est Caritas. "Nos amó y nos envió a su Hijo, para que pagara por nuestros pecados". Para que fuera el "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). 10. Para que naciera ese amor eligió una mujer, que fuera la Madre de su Hijo, y nos la entregó también a nosotros como Madre, consecuencia y causa de su amor. Juan Pablo II en la beatificación de los pastorcitos en Fátima, dijo: «Todo lo que sucedió en Fátima tiene su inicio en una demostración de amor, en una gracia dada por Dios, a través de la Virgen, a los niños. Esa es la lectura más profunda del mundo y de su historia, que se expresa a través del análisis de los signos de los tiempos, de los acontecimientos que pasan frente a nuestros ojos y en los que nosotros mismos estamos implicados. Son circunstancias en las que el Santo Padre participa como testigo privilegiado y como protagonista humano y sobre todo espiritual de este siglo. Esto es verdaderamente impresionante, como una realidad que se une a los acontecimientos más dramáticos y más complejos de nuestro tiempo. Es algo que encuentra su clave de lectura y de iluminación en una relación entre Dios y los niños, los sencillos y los humildes. Dios solicita la colaboración de aquel que por su inocencia y por su sencillez está más capacitado para acoger y entender aquello que Él desea transmitir». 11. En este sentido debemos interpretar las palabras de Jesús en este domingo: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea cumplida". Jesús habla de "su alegría", como había hablado de "su paz". Una y otra son bienes mesiánicos que tienen su realización en la obra salvífica de Jesús. La alegría de Jesús nace de su unión con el Padre, de su amor al Padre y del cumplimiento de sus mandatos. La alegría de Jesús es que esa alegría suya permanezca en sus discípulos para que su gozo sea perfecto. Nos parece tantas veces que la alegría nos va a venir de fuera, porque el cumplimiento de los mandamientos nos exige renuncia, produce dentro de nosotros noche y dolor; sin embargo, una vez satisfecho el deseo, nos sentimos esclavos y con más crecido dolor. He leído unas declaraciones de Carmen Martínez Bordiu: "Si pudiera, borraría de mi vida el daño que hice a mis hijos, al separarme de su padre, Alfonso de Borbón". Sentía satisfacción cuando realizaba mi deseo, pero la conciencia experimenta ahora los pinchazos de las espinas de aquella semilla de zarzas sembrada. Jesús nos quiere felices, y la semilla de la felicidad es el cumplimiento de la voluntad del Padre, que es el camino de la renuncia y del dolor de la cruz. No hemos de plantear el problema de la alegría de modo pasota y bobalicón. La verdadera alegría tiene un precio y, cuando se quiere comenzar a pagar, es costoso, como subir a un monte, o comenzar a aprender violín o piano. Hay que pasar por la noche para que amanezca. La amanecida sólo se da después de pasar la noche. Pretender un día sin noche es pretender un círculo cuadrado, un imposible metafísico. Pero llegar a la cumbre es el gozo; interpretar a Beethoven, a Schubert, a Mozart o a Bach o a Malher es la alegría; ver el sol madrugando, es el premio. Lo contrario, vivir esclavos de nuestro instinto, como los animales y peor, porque en ellos no hay malicia, sino sólo naturaleza, y en nosotros prescindir de los mandamientos de Dios y recaer en lo que sabemos que es fuente de tristeza y de dolor, como el que se rompió una pierna y se la escayolaron y porque la recuperó, se expone una y otra vez a rompérsela de nuevo, lo cual no sólo es una insensatez, sino un atentado contra la propia vida. 12. Pero sólo de Dios viene el auxilio para caminar y pasar la noche, pues con el Amor que El nos da, ya podemos amar como El. Ya podemos perdonar a los enemigos, sonreír a los que no nos caen simpáticos, entablar relaciones con los que no son de nuestra familia o de nuestro grupo, "pues Dios no hace distinciones" Hechos 10,25, y soportar y ser pacientes con los defectos y pecados de los que nos rodean. Con ese amor se acaban las guerras, se atiende a los enfermos, se socorre el hambre, se piensa en los otros. Con ese amor reina la paz de Cristo en el reino de Cristo. Con ese amor podemos permanecer en su amor, guardar los mandamientos. "Y eso es amar, guardar los mandamientos" Juan 15,9. 13. Después de habernos amado y de haber infundido el amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado (Rm 5,5,) ya puede decirnos que nos amemos unos a otros. "Y por ese amor damos fruto". El egoísmo, que es el amor desordenado de nosotros mismos, es estéril, y en consecuencia permanece solo. El egoísta no tiene amigos. El matrimonio egoísta, buscando su bienestar y su placer y rehuyendo el sacrificio, no es fecundo. El que ama crece, se desarrolla, da fruto, se extiende, se propaga. El amor se entrega, y toda entrega comporta sacrificio. Pero el amor soporta el sacrificio. Así pudo escribir Ramón Lull en el Libro de amigo y Amado, «Las condiciones de amor son que el amigo sea sufrido, paciente, humilde, temeroso, diligente, confiado y que se arriesgue en grandes peligros para honrar a su Amado. Y las condiciones del Amado son que sea veraz, liberal, piadoso y justo con su amigo». «Dijo el amigo al Amado: -Nunca huí ni me aparté de amarte desde que te hube conocido; pues en ti, por ti y contigo estuve dondequiera que estuviese. -Respondió el Amado: -Ni yo, desde que me hubiste conocido y amado, tampoco te olvidé, ni nunca obré contra ti engaño ni falta». «...Tenme a mí todo, y yo a ti todo...». «Llamaba el Amado a su amigo, y este le respondía diciendo: -¿Qué deseas, Amado, que eres ojos de mis ojos, pensamiento de mis pensamientos, perfección de mis perfecciones, amor de mis amores, y, además, principio de mis principios?» (Ramón Lull). 14. "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe qué hace su señor; pero a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí; soy yo el que os he elegido para vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca; de manera que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé". 15. Puedo situar y localizar plásticamente los grados de la amistad: Alguien me visita y le recibo en el hall, hablamos del tiempo y de política de un modo general. Otro, y lo llevo a mi recibidor y le ruego que se siente y hablamos de su problema. Otro, y lo conduzco a mi despacho y biblioteca exterior. A otro, le abro el Internet y le enseño mi página Web. A otro, le enseño mi biblioteca interior. Y a otro, las habitaciones de la casa y la cocina. Con uno hablo del tiempo, a otro le escucho sus problemas, a otro le cuento los míos, y con otro hago una confesión general. Y las situaciones más íntimas y mis estados de ánimo más hondos, sólo los comparto con un amigo, que se que me ama y me comprende, sin pizca de rivalidad. Jesús nos llama amigos a todos y nos revela sus secretos más íntimos de su Vida con el Padre y el Espíritu, cuando hacemos lo que nos manda, lo que nos sugiere, cuando compartimos con él nuestra vida y amoldamos nuestros sentimientos a los suyos. 16. Donde hay amistad hay amor, más la amistad ya es un grado calificado del amor y el verdadero amor cumple las órdenes y los mandamientos y hasta los deseos de aquél a quien ama. Y hasta los adivina. Por eso Jesús pide, como signo de amistad, el cumplimiento de su precepto de amor mutuo. La alusión a la amistad inspira a Jesús la diferencia que hay entre un esclavo y un amigo, que ya no es un extraño, sino un miembro de la misma familia. Los siervos no conocen la intimidad del hogar, no saben los secretos de la casa del señor. Pero los discípulos de Jesús han recibido los secretos de la revelación: "Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer". Moisés fue considerado como el amigo de Dios porque hablaba con él cara a cara (Ex 38,11); ahora Jesús, como la Sabiduría divina (Sab 7,27), ha hecho a sus discípulos sus amigos, porque les ha revelado todo lo que ha visto y oído de su Padre. 17. Pero el ser amigo de Jesús supone una elección gratuita de su parte. El primer movimiento del amor viene de él. Es Jesús quien escoge a sus amigos, no ellos a él. Todos los cristianos representados por el grupo de los Doce, hemos sido elegidos. Pero la elección lleva consigo la misión de ir y producir fruto permanente. Jesús ha confiado a sus discípulos, a sus amigos, la misión reveladora que había recibido de su Padre. Y en esta tarea de Iglesia "lo que se pide al Padre en nombre de Jesús, el Padre lo concederá" (14,13.14). 18. "Esto os mando: que os améis unos a otros". Este es el Mandamiento Nuevo de Jesús que debe caracterizar y definir a sus discípulos. La norma y la medida de esa caridad mutua es el amor con que Jesús amó a los suyos: un amor de donación de la propia vida hasta la muerte. La mayor prueba del amor (1Jn 3,16) es la donación personal llevada hasta el extremo del heroísmo. "Como yo os he amado". "El Mesías murió por nosotros cuando éramos aún pecadores: así demuestra Dios el amor que nos tiene" (Rm 5,8). No es el de Jesús un mandamiento abstracto o genérico, como "sed buenos unos con otros", sino que él se pone como modelo de la nueva manera de amar, propia de Dios, que él llevó a la perfección en el mundo. El amor humano, aunque muchas veces sea generoso, se basa en motivaciones humanas y es siempre voluble y efímero; sin embargo el amor de Cristo es fuerte como la muerte, es decisivo, como la creación del mundo, y es comprometedor como su entrega a la voluntad del Padre. El mismo grupo de amigos de Jesús no ha sido fruto de la atracción que sintieron por Él, fue Jesús quien los eligió gratuitamente y los hizo amigos suyos, dándoles su Espíritu, como a nosotros, con un amor regenerador, que procede de Dios. Y así como el Espíritu Santo anima a la Iglesia de Cristo, de la misma manera desarrolla la obra creadora, redentora y santificadora en lo íntimo de cada cristiano. El espíritu nos hizo nacer de Dios y nos ayuda a mantenernos en Cristo, actuando según su palabra. Precisamente el mandamiento del amor es el fundamento del testamento de Jesús, que el apóstol Juan conservó y proclama repetidamente en su primera carta. Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor (1 Jn 4,7). Pero ese amor es un don de Dios, una gracia del Espíritu Santo, que nos concede amar como Dios: dando más que pidiendo, creando más que atesorando, entregándose por los demás más que utilizándolos. Así amó Jesús, imitando el amor creador y generoso de su Padre celeste. Si amamos así, es que permanecemos en la gracia del Bautismo y podemos sentir que vivimos como nacidos de Dios, del agua y del Espíritu Santo (Jn 3, 5). 19. Hasta la muerte, y muerte cruel y horrible de cruz. Los cristianos tenemos vocación de cambiar el mundo. No hemos sido llamados a conformarnos con el mundo (Rm 12,2,) sino a transformar el mundo por el Amor. Para eso hemos de ser cristianos en la familia, en el trabajo, en la política, en el campo económico, en el científico, en el social, y en la comunidad eclesial; sal y luz, instrumentos de amor. 30. Dios nos ha llamado para extender de un confín a otro la onda expansiva del amor, que atraviesa la tierra y cruza los mares y llega hasta el cielo, como Teresita del Niño Jesús, que quiso pasar su cielo haciendo el bien sobre la tierra, porque eso es el Amor. Amar, ser amados y hacer amar al Amor. 31. Dios envía a sus Apóstoles, a sus discípulos, a la Iglesia, al mundo "para que den fruto que dure". Les ha preparado para esa misión. El amor que nos manda no es un amor estático, para que nos quedemos quietos con él, porque el amor no descansa. "Ubi amatur, non laboratur, quod si laboratur, labor amatur". Donde hay amor, no se trabaja, y si se trabaja, se ama el trabajo" (San Agustín). Si Jesús destina a los suyos para que vayan y den fruto, les pone la condición de la eficacia de su envío: "Permanecer en su amor; guardar sus mandamientos, como él guarda el mandamiento de su Padre y permanece en su amor". Como el Padre le ha amado a él y le ha enviado, así nos ama él y nos envía. El amor pues, viene de Dios: El Padre ama al Hijo; el Hijo ama a los que ha elegido. Amar es hacer el bien a todos y no sólo a nuestros grupos. Amor a todos, como Dios ama; lo contrario también lo hacen los paganos. Y ese es amor egoísta e interesado. 32. Pero el amor es un lirio que crece entre espinas que le impiden desarrollarse. Es como un manantial recién alumbrado que mana agua sucia. Hay que trabajar para sanarlo y esperar a que se purifique: de soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza. El amor procede de Dios y es limpio, pero nuestro egoísmo lo hace impuro. Sólo la fe, la esperanza y la caridad lo pueden purificar. 33. El amor puro, es: " la victoria que da a conocer el Señor. Esta es la justicia que el Señor revela a las naciones" Salmo 97. 34. Al comer el pan del Amor recibimos al Espíritu que nos derrama el Amor, sangrante y entregado. Y podemos rememorar el diálogo de Ramón Lull: ¿Cómo te llamas? Amor. ¿A dónde vas? Al amor. ¿De dónde vienes? De amor Si amor son todos tus bienes, y al amor vas y al amor vienes, fuera del amor, ¿qué tienes? ¡Las obras de tanto amor! Porque, al que ama a Dios le ocurre una cosa: encuentra a Dios en todo. No mira más que con los ojos del amor que lleva dentro del corazón, y el corazón encuentra a Dios en todas las cosas. Nos lo expresó el mismo poeta con belleza sin igual: Vi una azucena y creí que el Amado estaba en ella; vi luego una rosa bella y pensé que estaba allí; luego en un claro alhelí y en un río y una estrella... ¡y era porque estaba en mí! JESUS MARTI BALLESTER
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JESUS MARTI BALLESTER
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