REFLEXIÓN CUARESMAL
La locura de la Trinidad
Por Jesús Martí Ballester
La ficción literaria del gran Martín Descalzo me da pie para comenzar esta reflexión cuaresmal: "Monseñor Echagualvino" es un clérigo que presume de avanzado, de renovador, de abierto, y más de una vez consigue que, los que están a su alrededor, se lo crean. Su palabra preferida es equilibrio, y está convencido "de no ser ni progresista, ni integrista, de no estar con los jóvenes ni con los viejos, de no ser superconciliar ni anticonciliar". Todo cuanto dice parece puro Evangelio pero no es sino el mensaje cristiano rebajado, adaptado a su vida burguesa. Y lo que es peor, cree que esto es lo mejor para sus oyentes a los que desprecia y a los que quiere hacer a su imagen y semejanza: (pág.192) Monseñor amaba tanto a sus hijos que les preservaba del posible contagio de la locura evangélica y ponía agua cautelosa en el vino que Cristo sirvió en bruto. Hacía una especie de milagro de Caná a la inversa: si el Señor convirtió allí el agua en vino, monseñor, veinte siglos después, convertía el azúcar en sacarina, la esperanza en optimismo, el amor en limosna, la redención, en sacrificio, la pobreza en austeridad, las bienaventuranzas en cortesía". Satanás acechará siempre que pueda, o directa o indirectamente a través de los criterios de los hombres: Ya Jesús había dicho a Pedro. "Apártate, Satanás, eres un diablo para mí, porque piensas como los hombres, y no como Dios"(Mt 16,23)
ERRORES RECIDIVOS
Diletantes modernos, con el señuelo y la novedad del progresismo, de la innovación y de la singularidad, resultan más camaleónicos de lo que se creen. Les parece que están inventando la historia y produciendo novedades cuando sólo están renovando viejísimos errores en nombre de la nueva cultura. Y junto a la consecuencia directa de la ignorancia, incoherencia y entronización de la carencia de rigor, llegan al pensamiento débil y a las ideas heréticas. Salvarnos sin cruz, o con cruces deleitables, es un revivir el epicureismo y el hedonismo pagano. Algunos cristianos tratan de desvirtuar la cruz, rebajando el vino del evangelio con el agua de la mediocridad, como "Monseñor Echagualvino", o pagando tributo al relativismo, o con la escasa formación acomodaticia, según aquello de San Pablo: "Los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos, en cambio para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y sabiduría de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los hombres" (1 Cor 22). No puede la teología dejar de enseñar, tanto los antiguos como los modernos y aún los actualísimos, uno de los mayores y Padre del Concilio Vaticano II, Hans Urs Von Balthasar, creado Cardenal por Juan Pablo II, las distintas opciones de Dios ante el pecado: Santo Tomás comienza la tercera parte de la Suma con el tratado del Verbo encarnado y estudia la conveniencia, la necesidad y el motivo de la encarnación.
EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
El misterio de la Encarnación consiste en la unión de la naturaleza humana, cuerpo y alma, con la divina en la Persona del Verbo de Dios. Dios formó un cuerpo y un alma humanos en las entrañas de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo y la hizo subsistir en la persona divina del Verbo. Es la unión hipostática, término griego que significa persona. Por esta unión hipostática de la persona divina del Verbo con la naturaleza humana, Cristo, que es verdadero Dios, es también verdadero hombre. Pudo dejar al género humano sufriendo la consecuencia de sus pecados. Pudo haberse conformado con una satisfacción congrua. Pudo exigir una satisfacción condigna, término teológico que significa proporcionalidad entre lo que se debe y lo que se paga. Dicho de otro modo: El pecado es una ofensa infinita, por el término ad quem, que es Dios infinito. En el primer caso, Dios no es misericordioso y abandona al hombre, lo cual es imposible. En el segundo Dios perdona al hombre sin exigirle reparación justa, lo que es reparación congrua que atenta contra la justicia. Dios elije y determina la satisfacción condigna, que es la más digna según su justicia, sabiduría y misericordia. Esta satisfacción exige pagar la deuda de la ofensa infinita, pero, como el hombre no es capaz de pagar de esta manera, pagará él ofreciendo una satisfacción vicaria. El Verbo se hará hombre y reparará la ofensa y las demás consecuencias del pecado. Esta será la reparación condigna
ESTA REPARACIÓN SERÁ MUY CONVENIENTE
La Encarnación del Verbo fue convenientísima, porque siendo Dios el Bien sumo es propio de El difundirse en grado sumo, lo que consigue asumiendo una naturaleza creada y humana y elevándola a la unión personal con El. Al encarnarse Dios, se hace patente su bondad infinita, que no despreció la humana naturaleza; su misericordia, que remediaba nuestra miseria; su justicia, que exigió la sangre de Cristo para redimir a la humanidad pecadora; su sabiduría, que supo unir la misericordia con la justicia; su poder infinito, porque es imposible realizar gesta mayor que la Encarnación del Verbo, al juntar en ella lo finito con lo infinito. Dicho con más claridad, aun a costa de repetirnos: Dios, Juez Supremo, pudo haber perdonado el pecado gratuitamente, o pudo haber exigido una reparación congrua, con lo cual, según Santo Tomás, no hubiera obrado contra la justicia porque El no tiene superior, y cuando obra con misericordia hace algo que está por encima de la justicia. Quiso unir la justicia con la misericordia. Santo Tomás de Villanueva, lo expresa así: "Muchos medios he intentado y buscado para que los hombres dejen la vanidad y me sigan, y ninguno sirve de nada; uno sólo resta para convencerlos, que es darles a entender cómo infinitamente los amo, haciéndome hombre". En tiempos modernos, después de Paray Le Monial, diríamos; “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres y de los que no recibe más que ofensas y pecados”-
LA REPARACION NO FUE ABSOLUTAMENTE NECESARIA
La Encarnación del Verbo no fue absolutamente necesaria para reparar el pecado de la humanidad. Pero sí fue absolutamente necesaria la Encarnación del Verbo, o de cualquiera de las tres personas divinas, para reparar el pecado con satisfacción condigna, es decir, con estricta justicia, porque la humanidad no podía pagar la deuda infinita del pecado, pues los actos de un ser finito no son infinitos y, por tanto no hay igualdad entre lo que se paga y lo que se debe. Sólo Dios podía pagar una deuda infinita, con satisfacción condigna y vicaria, siendo a la vez hombre.
Con la Encarnación del Verbo, se acrecienta nuestra fe, esperanza y caridad, y nos impulsa a obrar rectamente ejemplarizados por sus virtudes: "El Verbo se encarnó, dice el Catecismo de la IC, 459, para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí..." (Mt 11,29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí" (Jn 14,6). Y el Padre, en el monte de la Transfiguración, ordena: "Escuchadle". El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado". (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (Mc 8,34).
PARA HACERNOS DIOSES
Dios nos ha hecho partícipes de la divinidad por la gracia santificante. "Dios se hizo hombre para hacer al hombre Dios", dice San Agustín. Y, por la Encarnación del Verbo es vencido el diablo, y dignificada la humana naturaleza, "reconoce, ¡oh cristiano!, tu dignidad, y, hecho partícipe de la divina naturaleza, no quieras volver a la vileza de tu antigua condición", como nos amonesta el Papa san León Magno; nos libra de la presunción y de la soberbia al ver a Cristo anonadado y nos borra el pecado con su sacrificio. "El se manifestó para quitar los pecados. El Padre lo envió como propiciación por los pecados" (Jn 4, 10). Santo Tomás comienza la tercera parte de la Suma con el tratado del Verbo encarnado y estudia la conveniencia, la necesidad y el motivo de la Encarnación.
EL DOLOR MAYOR
Se eclipsó en el Hombre Dios.
Cortinas espesas de sangre
oscurecieron la faz del Padre...
El Hombre tirita despavorido...
Debilidad de un enfermo
que, con la fiebre agarrotada
a sus débiles miembros,
tiembla de frío y de miedo
ante un dragón que lo engulle.
Lámpara torturada de sangre
que amanece como rocío
de gotas redondas
que forman ríos desolados
y dolorosos
de un planeta hundido
en la soledad sideral.
Desolación inmensa de un océano
de torturas diabólicas
de campos de exterminio.
Presencia mística de todo el pecado
en la imaginación cinematográfica
del Hombre que ve lúcidamente
resquebrajarse horrorosamente
los cimientos del cosmos.
La negra traición disfrazada,
los matorrales espinados del odio,
la cínica hipocresía,
el fariseísmo de todas
las inmensas injusticias.
Soledad, silencio, angustia...
Abandono, desolación, sequedades...
Llamada a participar
en el trago amargo del Maestro,
hasta que te haga feliz
ser latido en su estertor.
J. M. B.
Aunque Cristo satisfizo por nuestros pecados en todos los actos de su vida, quiso que tanto sus satisfacciones, como sus méritos, no produjesen sus efectos sino después de su pasión, refiriéndolo todo a su muerte. Por eso la Sagrada Escritura aplica al sacrificio de la Cruz todas las satisfacciones y méritos de Cristo. Santo Tomás, comentando el texto de Isaías "Mirad y ved si hay dolor como mi dolor" (Is 1, 12) explica por qué el dolor físico y moral de Cristo ha sido el Mayor de todos los dolores:
1) Por las causas de los dolores:
A) el dolor corporal fue acerbísimo, tanto por la generalidad de sus sufrimientos, como por la muerte en la cruz.
B) El dolor interno fue intensísimo, pues lo causaban todos los pecados de los hombres, el abandono de sus discípulos, la ruina de los que causaban su muerte y, por último, la pérdida de la vida corporal, que naturalmente es horrible para la vida humana natural.
2) Por causa de la sensibilidad del paciente: el cuerpo de Cristo era perfecto, muy sensible, como conviene al cuerpo formado por obra del Espíritu Santo para sufrir. De ahí que, al tener finísimo sentido del tacto, era mayor el dolor. Lo mismo puede decirse de su alma: al ser perfecta comprendía muy eficazmente todas las causas de la tristeza.
3) Por la pureza misma del dolor: porque otros que sufren pueden mitigar la tristeza interior y también el dolor exterior, con alguna consideración de la mente, Cristo en cambio no quiso hacerlo, como tampoco quiso beber la posca, el narcótico que le ofrecieron en la cruz. Porque el dolor asumido era voluntario. Y así, por desear liberar de todos los pecados, quiso sufrir el dolor en proporción al fruto. Y de ahí se sigue que el dolor de Cristo ha sido el mayor de cuantos dolores ha habido (Suma III; q 46, a 6).
¿QUIEN NO AMARA AL QUE TANTO NOS HA AMADO?
"¿Quién no amará al que nos amó de tal manera? Nos lavó de nuestros pecados con su sangre" (Ap ,5). Pagó la pena debida por ellos. "Llevó la pena de todos nuestros pecados sobre su cuerpo en el madero de la Cruz" (1Pe 2, 24). La satisfacción de Cristo fue voluntaria, completa, condigna y superabundante. "Fue ofrecido porque él mismo lo quiso", (Is 53,7). "Nadie me arranca la vida, sino que la doy por propia voluntad" (Jn 10,18). Completa, porque tiene la virtud suficiente para reconciliarnos con Dios y borrar nuestros pecados. "La sangre de Cristo nos purifica de todo pecado" (1 Jn 1,7). Condigna y superabundante porque hay proporción entre lo que se debe y lo que se restituye. El acreedor que perdona una parte de la deuda al deudor, no recibe satisfacción o pago condigno, sino deficiente. La satisfacción de Cristo fue condigna, porque guardó proporción con la ofensa. Si la ofensa causada a Dios con el pecado es en cierta manera infinita, también la satisfacción de Cristo fue de infinito valor.
La magnitud de una ofensa se mide por la dignidad de la persona ofendida. Es mucho más grave la ofensa a un Jefe de Estado, que a un soldado raso. Siendo Dios de majestad infinita, la ofensa hecha a El con el pecado, era en este sentido infinita. La satisfacción de Cristo fue superabundante; pagó más de lo que debíamos. "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5,20). Cualquier acto del Hijo de Dios era infinito, porque procedía de la persona del Verbo. Su satisfacción es superabundante y "su redención copiosa " (Sal 20, 7). No sólo nos perdonó el pecado y la pena debida, sino que nos mereció la gracia y el derecho al cielo.
La satisfacción de Cristo y sus méritos son una verdadera restauración del hombre, pues le devuelven los dones de orden sobrenatural arrebatados por el pecado. "Si por el pecado de uno sólo murieron todos los hombres, mucho más copiosamente la gracia de Dios se derramó sobre todos" (Rom. 5, 10). "Tenemos la firme esperanza de entrar en el santuario del cielo por la sangre de Cristo" (Heb 10,19). "Nos bendijo con toda suerte de bienes espirituales en Jesucristo" (Ef 1,3). "El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó, ¿cómo será posible que no nos dé con El todos los bienes?" (Rom 8, 32). Dice Santo Tomás: "La cabeza y los miembros pertenecen a la misma persona; siendo, pues, Cristo nuestra cabeza, sus méritos no nos son extraños, sino que llegan hasta nosotros en virtud de la unidad del cuerpo místico" (Sent 3, c18, a 3). "Como todos mueren en Adán, todos en Cristo han de recobrar la vida" (1 Cor 15,22). Al P. Luis de Sant Angelo en Segovia, escribe San Juan de la Cruz: “Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de libertad y más alivio, no la crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas; y jamás, si quiere llegar a la posesión de Cristo, le busque sin la cruz. Pues Jesús realizó la gesta más grande para redimirnos cuando estaba en la cruz desnudo de lo sensitivo, de lo afectivo y en la mayor aflicción, incluso abandonado del Padre”. Jesús nos pide que amemos, siempre, al Padre y a los hermanos, pero no hay prueba mayor de amor que morir por los amigos.
FRUTO DE LA CRUZ
“¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él cargó con el pecado de muchos e intercedió por los pecadores. Alégrate, estéril, que no dabas a luz, rompe a cantar con júbilo la que no tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, hinca bien tus estacas; porque te extenderás a izquierda y derecha. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas” (Is 53-54).
NUESTRA RESPUESTA. LA MEDIOCRIDAD
¿Dónde encontraremos la causa de que no veamos cumplidos todavía los presagios proféticos de Isaías? Cristo cumplió la voluntad del Padre, también los Apóstoles y todos los Santos, pero ¿y nosotros, llamados a extender los frutos de su sangre y a difundir los ríos de su amor, que tanto nos ha amado, hasta los confines de la tierra y hasta el fin del mundo.